Una polvorienta calle del barrio Santa Inés del Sur, en la parroquia Manuel Dagnino, de Maracaibo, acoge cada semana al voluntariado de la organización Por la Nueva Venezuela. Cerca de un centenar de niños y ancianos reciben un almuerzo, quizás la única comida que tendrán en el día.
Desde hace tres años, María Eugenia Graterol, docente de profesión y miembro de la iglesia Restauración Familiar, dirige lo que define como “una obra de amor”; labor solidaria que se sostiene de donaciones, a través de una campaña en GoFundMe, de otras fundaciones y particulares.
Las compras se hacen semanalmente en Mercamara, en procura de buenos precios y poder ofrecer un menú balanceado en el comedor comunitario de Santa Inés del Sur.
Cinco damas se encargan a diario de la preparación de alimentos. No reciben un salario a cambio, pero les complace ayudar al prójimo. En grandes recipientes trasladan la comida a Santa Inés del Sur.
Niños y ancianos acuden al comedor comunitario de Santa Inés del Sur
Los chiquitos de la comunidad se acercan a una mesa dispuesta a la sombra de un árbol. Con tazas o envases plásticos se organizan en fila, esperando por su porción. A los abuelos, en muchos casos, se les llevan los alimentos a sus casas.
¡Hoy tenemos arroz con pollo!, anuncia María Eugenia y una algarabía feliz le responde. Oran antes de comer, agradecen.
Gracias a la influencia del equipo de Por la Nueva Venezuela, los niños han aprendido valores, como la solidaridad y el compañerismo. Ya no hay peleas entre ellos. Además, es de destacar que se ha logrado impedir que la desnutrición siga ganando terreno en estos humildes hogares.
La mayoría de las familias viven de la recolección de desechos. En carretas o a pie se desplazan buscando material de provecho que venden a empresas recicladoras.
Las madres de la barriada se sienten acompañadas y saben que, ante la necesidad, tienen a quien recurrir.
Cómo inició esta misión de amor
Corría el año 2019. María Eugenia fue una de las personas que visibilizaron el caso de Yasmely Parra, una maestra del sector Haticos, en la parroquia Cristo de Aranza, quien sufría de cáncer de estómago, lo cual derivó en una desnutrición severa.
Sus familiares, debido a limitaciones económicas, no tenían cómo costear el tratamiento y tampoco los insumos para que recibiera alimentación por sonda o por vía intravenosa.
Yasmely falleció, su cuerpo debilitado no pudo más. Sin embargo, su caso y otros posteriores, sirvieron de impulso para que surgiera este voluntariado.
Caminando una milla más
Actualmente, esta misión solidaria da abrigo a cuatro niños que se encontraban en situación de vulnerabilidad: abuso, violencia, necesidad, desnutrición, era el cuadro que los rodeaba. Hoy día, están escolarizados y han recobrado “la normalidad” que merece todo ser humano.
“Mantienen contacto con sus parientes, porque creemos en la restauración de las familias, pero mientras sus derechos y bienestar estén en riesgo, estarán con nosotros”, señala María Eugenia.
Así mismo, algunos infantes recluidos en centros de salud como el General del Sur, Chiquinquirá, Hospital de Niños de Veritas, reciben asistencia con algunas medicinas, insumos, alimentos, si sus familiares no pueden costearlos.
"Si más personas ayudan, podemos llegar a muchos más"
“El caso de un niño nos lleva a otro niño que también necesita ayuda”, dice la pastora, como se refieren a ella los médicos y pacientes, que ya conocen su trabajo de hormiguita.
Es una labor en la que, según afirma María Eugenia, ha visto la provisión de Dios para poder asistir a los necesitados; sin embargo, no deja de reconocer que, si más personas colaboran, podrá llegar a más allá.
“Mi mayor deseo es que Por la Nueva Venezuela pueda influir de manera positiva y que podamos ser expresión del amor de Dios en cada familia, en cada niño, en cada anciano, que ayudemos”.
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F Reyes
Fotos / Video: F Reyes
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