-Ya se acercaba el mediodía del domingo, Día del Padre. Germán Téllez permanecía atento a su alrededor, esperando una sorpresa, un regalo de la providencia que lo rescatara del olvido, que lo sacara de la nostalgia de no saber de los suyos.
Tiene 83 años y, desde hace dos, su vida transcurre en el hogar San José de la Montaña, en Maracaibo, donde también reside su esposa Edith Nava. Hasta este lugar llegó por sus propios medios, procurando un techo seguro donde refugiarse en sus últimos años.
De su primer matrimonio tuvo cinco hijos, dos de ellos de crianza. Tres varones, dos hembras. De ellos no sabe nada, ni una visita, ni una llamada.
Solo le quedan los recuerdos, las añoranzas de mejores tiempos. Al separarse de la madre, hace cuarenta años, se fueron distanciando hasta que solo quedó el silencio y la ausencia.
Vivió en carne propia la ausencia de su papá
Considera que fue buen hijo, hermano y padre. Cuenta que su madre, Carmen, se hizo cargo de sus siete hijos, cuando su esposo se desentendió de la familia. Es por eso que Germán sabe bien lo que significa la ausencia de la figura paterna, por eso quiso estar presente en la crianza de sus muchachos hasta donde pudo.
A pesar de esa tristeza que, a cada tanto, se dibuja en su mirada, dice que vive en paz. Le ha pedido perdón a Dios por las faltas que haya podido cometer; también ruega para que sus hijos no sean tocados por la justicia divina. “Honra a tu padre y a tu madre”, ordenan las Escrituras.
"Yo los amo y pido a Dios que los perdone", dice Germán
Tellez es un caballero muy lúcido, goza de buena salud. Cuenta que fue comerciante, mesonero, barman, taxista durante 15 años. Mucho antes de envejecer pensó en pasar sus años dorados en el Hogar San José de la Montaña, ya que tuvo la ocasión de visitarlo en su juventud. Le gustó la quietud y la sensación de paz del lugar.
Dice que no le falta nada. Tiene techo, comida, compañía. Su preocupación: la salud de su esposa Edith, afectada por un padecimiento del esófago, sin que se le hayan realizado los exámenes de rigor, ni un tratamiento permanente, ni la atención de un especialista. No tienen recursos para atenderla, ya que la pensión por vejez no le permite sufragar mayores gastos.
Su gran desilusión, su mayor tristeza: la ausencia de sus hijos. “A pesar de que han sido malucos conmigo, yo los amo y pido a Dios que los perdone. Son mis hijos, llevan mi sangre. Sé que todo no puede ser perfecto en la vida, pero me duele que no me quieran”.
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F Reyes
Fotos: José López / Video: F Reyes
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