A Israel Segundo González Ferrer (esposo de Marisol Ocando) se le sometió a intensos interrogatorios. Los sabuesos de homicidios se valieron de los reporteros de suceso de la época: Jota C de La Columna y Heberto Camacho de Panorama, el más respetado por su veteranía. Avisaban cuando era citado, en el pasillo en las sillas de espera de la Brigada Contra Homicidios, lo ponían al alcance de los periodistas quienes lo azuzaban.
En uno de esos sofocantes diálogos, Israel González dijo:
-Yo le decía que no se arreglara, ni se maquillara tanto porque los hombres la pretendían, incluso, estando conmigo, no resistían y le decían frases de admiración, la piropeaban porque era muy bonita.
-¿Quién la llevaba a la academia?
-Casi siempre, Israel.
-¿Quién la buscaba? -el periodista hace notar sospechas.
-Ella llegaba a la casa de 12.00 a 1.00 pm, suponemos que venía en carrito por puesto.
Marisol camina hacia la escalera. Toca la pared para guiarse. No ve bien. Había perdido un lente de contacto. Busca unos repuestos para la cocina que se le ha dañado.
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El sábado su marido la llevó a Matema. Allí la dejó. El martes 21 de junio dijo a los periodistas, visiblemente consternado: “He pasado por los momentos más angustiosos de mi vida y, ahora, lo peor”.
-¿No sospecha de nadie? -preguntó, inquisitivo, el periodista.
-No, señor. Hablé con el profesor, José Coello, me dijo que se había retirado a las 11 y 50 am.
-Las amigas de su esposa ¿qué dicen?
-Janet Sosa, de su entera confianza, no fue a clases ese día, María Alcira Borjas se quedó haciendo un trabajo.
Marisol había dicho que iría a la casa de Henry y María de Rubio en San Francisco.
Los investigaron, se centraron en Israel, querían detenerlo, pero no tenían nada que lo implicara, ni una mínima sospecha.
La mirada del hombre fue derribando las sospechas, pero el tiempo corría.
Un mes después, Heberto Camacho elabora un recuento -los periodistas llaman “olla”-, donde suma el crimen de Marisol Ocando en la lista de cangrejos. (Continuará)
Josué Carrillo