A Vania
Hoy los vientos Alisios del Norte expresan sus afectos sobre las cumbres del Everest. En el valle un saltamontes chilla entre un pastizal. Enamora a una saltamontes arisca. Sabe que al final, se entrecruzarán sus patas y retozarán en la sabana. En el río que atraviesa la explanada, unos salmones deciden nadar aguas abajo. Se hartaron de hacerlo contracorriente. Que los osos grises los conviertan en desayunos. Unos deltas entramados entre sí, beben agua marina. Se embarazan con peces azulmorados. Un circo andante incendia praderas con narraciones alucinógenas acerca de una humanidad saturada por quehaceres de sol a luna. Unos enamorados cuentan granos de arena en una noche boreal. No ojean las estrellas. Eso se hace siempre, piensan seguramente. Unas mujeres de ojos rayados, groseramente hermosas, intentan seducir a un hombre intrascendente. El transpira temor. Tiembla como helecho andino ante la ventisca de neblina. Porqué me da todo esto la vida, piensa. Ellas ríen. Saben que puede hacer lo que le venga en ganas porque son hermosas.
Hoy los espacios fashion huelen a caña quemada. A sudor campesino. A silbido del mediodía. A espaguetis con caraotas negras. La luna se deja ver a las diez de la mañana. Una niña sabe que se quedó dormida. El despertador no sonó. Eso le dijo su padre un día cualquiera. Ojalá esa niña siempre vea lunas trasnochadas. Una tormenta de mariposas verdes, se traga la marea de luz solar. Quieren se amarillas. Suponen que verde más amarillo da marrón. Una perra amamanta a un gatito endeble. Una tortuga la mira descreída. Olvida la fantástica. Piensa que es una perra loca. O que fumó marihuana alterada.
Un joven reparte panfletos en un semáforo, implora por la tierra y los verdores vegetales. Un coche pasa y empolva sus ojos, que luego lloran. Y eso que importa. Hoy un poeta se mete en un televisor de pantalla astillada. Se ve en primer plano. Un cuarteado del vidrio le atraviesa el rostro. Un niño asombrado, apresura a su padre para que lo vea. Ojalá que la niña/mujer regrese a los cogollos más altos de los árboles de ceibos. Vea volar los hilillos de sus semillas y sienta que es invierno leve en un territorio impreciso. Pero que, por sus venas, navegue la calidez de las tierras tropicales impregnadas de la risa y el humor que olvidó en la vuelta de cualquier camino. Y en el viaje impreciso de la vida, disfrute nuevamente al ver lunas trasnochadas desde la ventana de un tren de mediatarde.
Alejandro Vásquez Escalona