Desayuné. Ya Disfruté un café negro. Pienso en los uruguayos. En sus inseparables termos de mate. En su prisa perenne. Camino suavemente, llevo la cámara, Temprano fotografié un grafiti con el teléfono y lo posteé en la historia de mi Instagram. Estamos en verano. Sol extremista, me agrada. Comienza la mañana. Es domingo. La ciudad lenta, liviana. Llovizna de silencio. Casi ausencia de autos en las calles. Así era en Madrid, Tenerife. Buenos Aires. Maracaibo, en Las Palmas el caserío de mi niñez… Así son los domingos.
Hago un encuadre. Un antifaz de murciélago hecho con plantilla y spray negro en la pared, en el extremo derecho. A la izquierda la calle vacía en plano americano. Miro por el visor. Espero que suceda lo que deseo. Me siento fabricante impune de Instantes Decisivos. Espero. Veo la calle. Nadie. Espero. Ya les dije, es domingo. Entra a cuadro una mujer morena. Fotografío. Reviso la pantalla de respaldo. Lleva mascarilla anti peste, celeste quirúrgico. vaquero azul rasgados horizontalmente. No me seduce la imagen. Otra mujer, un hombre entran a mis factorías anti Bressoniana. Recuerdo a Takahashi un personaje de la novela After Dark de Haruki Murakami que le dice a Mari ando lento y tomo mucha agua. Le explica a la muchacha su filosofía de vida. Tampoco llevo prisa. Ni sé absolutamente a dónde voy, pero sí, cuando llega lo buscado.
Miro la calle. Respiro la brisa con aroma a domingo. Armoniosa. Adhiero mi ojo a la ventanita de la cámara nuevamente. Espero. Pasa una mujer, viste toda de negro. Los ojos de la máscara negra de la pared, parece mirarla. Hago una fotografía solamente. Miro mi respaldo. Casi enamorado de la imagen. Atravieso la calle. Regreso a mi casa. Cuatro cuadras, casi llego. Doy una ojeada a la acera contraria. Ella parece flotar en la luz amarilla del sol. El viento sopla cariñoso, adhiere el vestido anaranjado a su cuerpo. Atrevido lo enreda entre sus piernas. Dudo. Regreso. Corro. Atravieso la vía hasta la locación del murciélago. Sí, lo adivinaron, asomo mi ojo por el visor, otra vez. La muchacha entra a cuadro como aroma de flor de limonero. Click. Click. Ésta vez dos disparos, no uno como las anteriores imágenes. Ella mira su teléfono. Se toca el rostro. Y su vestido incendiado de amarillos del domingo, baja como cascada entre sus piernas. Suspiro. Ahora si voy a casa. Adónde andarán ya las dos mujeres y el hombre que fotografié antes. Quizás no saben que ahora son una representación visual en mi cámara fotográfica
Alejandro Vásquez Escalona