“y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.
Juan, 8:32
“Corsarios, son aquellos que navegan por cuenta propia, pero como agentes libres autorizados por un determinado Estado a hacer presas de embarcaciones de otros Estados con los cuales el primero se encuentra en guerra”. Luis Britto García, “Demonios del mar. Piratas y Corsarios en Venezuela, 1528-1727”, 1998.
Lo evidente está oculto. La venda patriótica es una operación de camuflaje que blanquea memorias desteñidas; e incluso, prontuarios criminales. Aunque todo está ahí, a la vista de todos.
Hay un cuento de Edgar Allan Poe (1809-1849): “La carta robada” (1844) dónde los más encumbrados detectives y policías no pueden encontrar el objeto de sus investigaciones. Desarman la casa que esconde la evidencia del delito; buscan en los lugares más recónditos y estrafalarios; y ya finalmente, se dan por rendidos. Sólo un detective perspicaz y disciplinadamente racional con la mente de un experto jugador de ajedrez, encuentra la resolución del misterio. La carta robada está en el lugar más visible de la estancia principal de la casa: sobre un escritorio.
Así nos sucede cuando estudiamos y se nos presenta a los actores muy heroicos, patriotas y sagrados de la Batalla Naval del Lago de Maracaibo del 24 de julio de 1823. Las conmemoraciones Bicentenarias les colocan un disfraz de lujo con sus muchas mascaras para no revelar la fealdad o las imposturas. Lo mundano es la sustancia de la historia, aunque el discurso patriótico reniegue del mismo.
“200 años de Libertad” es el lema pretencioso de estas celebraciones. Los Padres de la Libertad: los Libertadores; contra las fuerzas oscuras del Imperio del mal y representante de la tiranía más abyecta. Atrapados en una red de chantaje histórico e historiográfico prácticamente sin escapatorias.
La realidad es más compleja. La realidad nos delata que la “carta robada” está a la vista de todos pero nos negamos a verla. Toda la operación militar para desalojar a las diezmadas tropas del último Capitán General de Venezuela, el Mariscal de Campo Francisco Tomás Morales, atrincherado y famélico en las imponentes riberas del Lago de Maracaibo, fue una operación llevada a cabo por naves corsarias al servicio del estado de la Gran Colombia (1819-1831).
La oficialidad neogranadina es visible a través del Almirante José Prudencio Padilla, héroe y traidor. Aunque sus principales capitanes son extranjeros. Pero no son anónimos a pesar de los relatos patrióticos que los han silenciados. Formaron una fuerza Wagner, a semejanza del ejército privado de Yevgeny Prigozhin que estuvo hasta hace poco al servicio de Putin en la invasión contra Ucrania.
Los Próceres Navales de Venezuela fueron básicamente corsarios, piratas, contrabandistas y ladrones de los mares. Luis Brito García diseccionó toda su genealogía que abarcó los tres siglos coloniales en un libro magnifico que invito a revisar: “Demonios del mar. Piratas corsarios en Venezuela 1528-1727” del año 1998.
La guerra corsaria fue una guerra privada hecha por particulares bajo los auspicios de un Estado que les financiaba o les otorgaba las famosas patentes de corso. En el Mar Caribe hicieron estragos contra las flotas españolas que transportaron el oro y la plata desde América hasta Europa durante los tres siglos de la dominación hispánica. La línea divisoria entre el corsario y pirata es tenue e intercambiable. A la violencia legal anteponían la propia. Y las formalidades “modernas” de las guerras institucionales quedaban de lado o como un mero saludo a la bandera.
En la Independencia de Venezuela (1810-1823) se privilegió la guerra terrestre porqué Bolívar fue como Napoleón Bonaparte, un militar de tierra. En la inmensa fachada del eje costero norte que baña las luminosas playas en el Mar Caribe se peleó a través de la guerra marítima corsaria. Y no sólo de parte del bando independentista sino también de parte de los partidarios del realismo que luego de la derrota en Trafalgar (1805) se quedaron sin marina de guerra robusta.
¿Por qué Santander y Padilla contrataron a un “Grupo Wagner” para incursionar en el Lago de Maracaibo durante la llamada Campaña de Maracaibo entre los años 1821 y 1823? Por la sencilla razón que el Estado de la Gran Colombia no tiene sus propios barcos de guerra, ni escuela de marina y financieramente está quebrada. La guerra de la Independencia se pagó en el propio terreno de los acontecimientos a través del pillaje, el saqueo, el robo, el secuestro y la extorsión. Napoleón Bonaparte decía que la guerra se tenía que pagar con la misma guerra.
Además, ya Simón Bolívar había abierto el camino, siguiendo las recomendaciones de Nicolás Maquiavelo en El Príncipe (1532), sobre las ventajas y desventajas de contratar mercenarios para hacer la guerra de una forma exitosa. La Legión Británica que se inmoló en la Batalla de Carabobo del 24 de junio de 1821 fue otro “Grupo Wagner” al servicio de la causa de los independentistas. Y según la opinión del dictador Marcos Pérez Jiménez en confidencia que hizo a Agustín Blanco Muñoz: Bolívar como no podía pagarles prefirió enviarlos al infierno.
El hoy “contraalmirante” Giovanni Bianchi, italiano, fue corsario al servicio de la causa de la Independencia. El hoy “comodoro” francés Louis-Michel Aury, fue otro famoso corsario en aguas del Mar Caribe al servicio del mejor postor. El “Almirante de la libertad”, el curazoleño Luis Brion, máximo héroe marítimo venezolano también ofreció “sus servicios” a la causa de la Independencia.
Es mejor identificar a los capitanes de la flota de Padilla para salir de dudas.
1. Bergantín Independiente, Capitán de Navío Renato Beluche
2. Goleta Manuela Chitty, Alférez Félix Romero
3. Goleta Peacock, Teniente de Fragata Clemente Castell
4. Goleta Emprendedora, Alférez Tomás Vega
5. Goleta Independiente, Capitán de Fragata Samuel Pelot
6. Goleta Leona, Capitán Juan Mc Cann
7. Bergantín Confianza, Teniente de Navío Pedro Urribarrí
8. Goleta Antonia Manuela, Capitán J. Rastigue de Bellegarde
9. Goleta Espartana, Capitán Marcy Mankin
10. Bergantín Marte, Capitán de Navío Nicolás Joly
Como es fácil constatar, la mayoría son extranjeros. Son mercenarios que se internaron en el Lago de Maracaibo a buscar grandes recompensas. Una auténtica Legión Extranjera. La célebre Cofradía de los Hermanos de la Costa revivida. Las presas que obtuvieron luego de masacrar a la endeble escuadra del Almirante realista Ángel Laborde el 24 de julio de 1823 fueron siete embarcaciones entre bergantines y goletas. “Tres goletas escaparon únicamente: las dos que estaban a vanguardia y la Especuladora, que acercándose cuanto pudieron a tierra, huyeron para Maracaibo, junto a la Guaireña, Atrevida Maracaibera y flotilla de faluchos y piraguas armadas, pero hechas pedazos y con muy poca gente”. Este lacónico parte de guerra corresponde al derrotado Almirante español Ángel Laborde.
Todos estos corsarios y mercenarios tienen en común que son el producto residual de la larga disputa colonial en el Mar Caribe. Y que fueron a por los despojos de una España moribunda ya en fase terminal. La España de la estrategia de la derrota; la España altiva de la “locura gloriosa”. En 1808, España se apeó de América y la dejó prisionera de la incertidumbre. Y cuando se acordó de ella en 1814, porque se zafó del invasor francés, apeló a la política represiva sin contar con los medios económicos y militares para reconquistarla. Los imperios, nos dice el historiador inglés Arnold Toymbee (1889-1975), caen siempre por mucho que su poderío haga pensar lo contrario.
Lo que hoy escribimos y parece tan obvio escapó por completo a un “especialista” en el tema. El hallazgo de ésta “carta robada” se lo debo al Rector Ángel Lombardi y sus capacidades como almologo y a mi buen amigo y gran ensayista Miguel Ángel Campos transfigurado en el exquisito detective Chevalier Auguste Dupin, cuando en el prólogo que hace a mi libro: “Conspiración de Maracaibo, 1799” (2009), hace ésta observación: “Un intento de saqueo, organizado entre gente patibularia del cabotaje y arribistas de la ciudad, se transforma en gesta pionera, pero la participación de auténticos piratas en la Batalla naval del Lago, combatiendo del lado de la República, es un hecho casi desconocido por la historiografía, y por supuesto jamás enseñado en la escuela, pues no se ajusta al canon (Consúltese: “El corso venezolano” de José Rafael Fortique, 1968)”.
El discurso patriótico es tan poderoso y subyugante que ejerce un control incluso sobre las mentes más acuciosas e inquietas. Romper esta cárcel ideológica es tarea prioritaria en Venezuela.
DR. ANGEL RAFAEL LOMBARDI BOSCAN
@LOMBARDIBOSCAN
Director del Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia