A Jaicel
Una bicicleta negra. Una bicicleta blanca. Una muchacha de bermudas blancos. Un chico
con franela negra, barba negra. Va a besarla. Ella se empina sobre la punta de sus pies para
alcanzar el beso. Llovió. Los árboles, escurren las últimas goteras de la lluvia sobre el
césped. El sol no es una rodaja de piña anaranjada. La luna aún no ilumina el cielo como
una telaraña. La tarde es plomiza. Nadie toma mate, ni cerveza sentado sobre la grama. No
hay conversaciones entre amores o amigos. Dos o tres personas más deambulan como si
dudarán de su presencia en el parque. Ausencia. Ausencia. Silencio húmedo. Él casi
termina su rutina de trote. Su vestimenta está mojada. A veces desliza su lengua por los
labios, lame el agua que baja de su cabeza. Se ve alegre, como si acabara de enamorarse.
Como si una muchacha de ojos insoslayables lo hubieses seguido en panorámica de
admiración cuando cubría uno de los circuitos. Tiene sesenta y tantos años.
En alguna ocasión leyó a Osho que contaba cuando asistió en condición de oyente a un
curso de escritura con un poeta en una universidad norteamericana. Osho corría
regularmente en el Central Park por la mañana. Durante la dinámica del taller de poesía
confraternizó con el docente que también trotaba. Osho lo invitó a que lo hicieran juntos.
Así sucedió. Una mañana caía una lluvia recia, pero sin ventisca. Osho como siempre salió
a correr al parque. Disfruto de la lluvia. Un día después al final de la clase de escritura,
preguntó al poeta cómo se sentía, por qué no fue a trotar ayer. El docente, con semblante
sereno, quizás ingenuo sonrió. No, con esa lluvia es complicado salir a correr. Cuando
llueve no troto. Osho ecuánime también, se refugió en el silencio para no correr fuera de la
universidad. Este no es poeta nada. Se despidió. Miró el aula de clases vacía por última vez.
Caminó hacia la calle. A mojarse de poesía callejera. De palabras húmedas, alegres.
El corredor del parque solitario se aleja, camina sobre la calle mojada hasta su hogar. Silba
una canción de Pink Floyd. Intentará terminar un cuento que escribe sobre un poeta que no
corría bajo la lluvia. Verá las gotas de agua resbalar sobre el vidrio de la ventana. Tomará
un café. Mañana correrá nuevamente.
Alejandro Vásquez Escalona/Opinión