Hoy se cumplen 192 años del deceso físico del Libertador Simón Bolívar. Por encima del culto oficialista con fines de lucro y de poder, sigue siendo uno de los personajes más estudiados y discutidos de la historia hispanoamericana. Algunas veces, para agregar o restar lustre a su obra. Otras, para contextualizarlo desde los deslices de su agitada vida, y exaltar los errores, excesos, culpas y pecados, que todos los mortales llevamos al sepulcro.
Más allá de la inexorable ley natural que rige el destino de los seres humanos, y dada la incidencia de hechos que envuelven su trayectoria vital, 1830 fue el año perfecto para morir en forma prematura. Un espíritu como el Bolívar, no tenía motivos para seguir viviendo en un mundo acabado y sin emociones para él.
En el ámbito de la esfera pública, ya estaba muerto: “…yo he muerto políticamente y para siempre” (carta a José María Obando, 8 de mayo). En 1830 no le quedaba nada, ni siquiera acceso inmediato a su fortuna. Su obra se derrumbó en el corto plazo y con ella sus ambiciones de vida. En 1830 Colombia estaba fragmentada, reinaba la anarquía y la guerra civil era inminente.
El prestigio de Bolívar comenzó a declinar una vez finalizada la guerra de independencia. En época de paz, afloraron en Caracas, Bogotá y Lima, diversos resentimientos contra su persona, acumulados desde la fundación de Colombia en 1821. Antiguos camaradas de armas y algunos letrados civiles, actuaron a la sombra para calumniarlo. La creación de Bolivia en 1825 y la Constitución que redactó para la nueva república en 1826, fue la gota que rebasó el vaso.
Colombia fue un Estado de papel, un membrete en los documentos oficiales de 1821 a 1831. No se sembró espíritu de unidad ni surgió un sentimiento de Patria. Desde principios de 1828, Bolívar insinuó en sus escritos, que Colombia era un proyecto fallido: “Yo no veo modo humano de mantener a Colombia” (carta a Mariano Montilla, 7 de enero). Después del fracaso de la Convención de Ocaña (junio), sus enemigos intentaron asesinarlo (25 de septiembre 1828).
La muerte de Bolívar fue lenta, prolongada y agónica. No solo por el desgaste progresivo de su complexión física y el avance de la enfermedad que no le dio tregua, sino por la clarividencia que tuvo en las horas finales, respecto a la realidad histórica del momento, y de sus propias y nefastas circunstancias.
En 1830 cesaron 18 años de continuas acciones militares, sin descanso desde 1812. Aun así, fueron 12 meses de derrotas en su vida personal, aunque supo mantener incólume su dignidad, honor y gloria sin sentirse fracasado. Lejos de sumergirse en la nostalgia, sobrevivió a la inercia de los días finales, ocupándose de escrutar la situación política y militar de la defenestrada Colombia, sondeando una oportunidad para resucitar.
El 20 de enero de 1830, en la Instalación del Congreso constituyente de Colombia en Bogotá, presentó su renuncia “irrevocable” a la presidencia de Colombia. La renuncia fue como un suicidio. El 27 de abril reiteró su dimisión, poniendo fin a incertidumbres y especulaciones según las cuales, no se apartaría del poder.
El 4 mayo el Congreso eligió al Sr. Joaquín Mosquera nuevo presidente de Colombia, terminando así el liderazgo que Bolívar había ostentado desde 1813. Cumplía entonces cinco meses en Bogotá, en medio de un torbellino de insultos y agravios contra su persona dentro de la opinión pública.
Dos días después, el 6 de mayo en la ciudad de Valencia, se instaló el Congreso Constituyente de Venezuela: una daga mortal en pleno corazón. El 8 de mayo, salió de Bogotá camino al Magdalena, sin rumbo definido.
Durante su estancia en Cartagena meditó dirigirse a Ocaña, a Bucaramanga, a Cúcuta, a Santa Marta, a Europa, volver a Bogotá, sin decidir nunca a donde realmente quería ir. El 4 de junio se produjo el asesinato del Gral. Antonio José de Sucre, un golpe profundo para el convaleciente Libertador.
El 24 de julio, al cumplir 47 años de edad, Bolívar escribió a Leandro Palacios: “…nuestra pobre Venezuela está en revueltas, lo mismo sucede en el resto de la república”. El 4 de septiembre, el General Rafael Urdaneta tomó por la fuerza el gobierno de Colombia e invitó a un Bolívar moribundo, a asumir de nuevo la primera magistratura de la república.
Haciendo caso omiso de su estado de salud, aceptó ayudar al nuevo gobierno como soldado y ciudadano. Soñó con volver a Bogotá al frente de 2 mil hombres, aferrado al delirio de reunificar a Colombia bajo su mando supremo, acudiendo para ello al forzoso recurso de la guerra civil. Para tal evento, hizo los primeros aprestos militares a través de sus correspondencias a Urdaneta.
Pero luego se retracta, vuelve a la vida terrenal y se sincera en carta a Pedro Briceño Méndez el 20 de septiembre: “Yo estoy viejo, enfermo, cansado, desengañado, hostigado, calumniado y mal pagado”
Dos días después, el 22 de septiembre, el Congreso Constituyente de Venezuela sancionó la Constitución Nacional de 1830. Reiteró además la medida de extrañar a Bolívar de Venezuela y decretó que no concertarían ningún pacto de federación con Nueva Granada, mientras éste ocupase el territorio de Colombia.
En octubre se complicó su estado de Salud. Se detuvo brevemente en Turbaco y desde allí escribió el día 2 a Urdaneta: “No es creíble el estado en que se encuentra mi naturaleza. Está casi agotada y no me queda esperanza de restablecerme enteramente en ninguna parte y de ningún modo”.
El día 16 está en Soledad donde enfatiza a Urdaneta en nueva misiva: “ Todo esto mi querido general, me imposibilita volver al gobierno (…), de cumplir lo que había prometido a los pueblos de ayudarlos con todas mis fuerzas, pues no tengo ninguna que emplear ni esperanzas de recobrarlas”. El 1 de diciembre, arribó a Santa Marta y fue trasladado a la quinta San Pedro Alejandrino.
El 10 de diciembre dictó la “Ultima Proclama”, un texto de despedida y a la vez, un acto de solemnidad ejemplar de un hombre que jamás temió morir. En plenitud de su conciencia, se libró de odios y expresó perdón a sus enemigos venezolanos y neogranadinos, un gesto humano de quien ya no tenía nada que perder ni ganar. Murió el 17 de diciembre de 1830 a la una y tres minutos de la tarde.
varelanirso@areyes