Eugéne Atget fotografiaba las vidrieras de exhibición de mercaderías entre otras cosas en Paris. Lo hacía alegre. Sin pretensiones. Estaba más allá de las etiquetas. Del bien y el mal estéticos. Después los surrealistas vieron sus imágenes y fliparon. Sintieron que Atget era uno de ellos. Bautizaron sus fotografías como el Objet Trouvé. El Objeto encontrado. Algo así como un paraguas colorido y abierto junto a una máquina de coser en una sala de morgue. Aleluya.
Inicia la mañana. La luz borracha de amarillos escurría sobre una vitrina de exhibición de ropas femenina en Trajes Joel, una especie de boutique de los 60 que araña la sobrevivencia en una ciudad desmemoriada. Es el año 2008. Detrás de la vidriera se ve una blusa blanca y un vestido verde césped en maniquíes sin cabeza. Juan Pablo, habla detrás del vidrio de la puerta del establecimiento. Viste franela gris suave, pantalón gris no tanto. No se ve su cabeza, los lenguazos de luz la borraron.
Se asume como artista visual. Se grababa un video sobre sus fotografías. Portafolios se denominó la serie. Videos de 7 minutos. Hacía de Director, Director de fotografía y cámara un hombre delgado. De barba desteñida. Centrado en su trabajo como si meditara. Lo acompañaba María Elena que hacía sonido y asistencia. Veintitantos años. Hermosa. Eternamente muchacha. Cabello castaño que cobijaba su inteligencia adivinatoria para conocer las intenciones del Director del video, su amigo.
Sí temprano en la mañana, cayera una lluvia de fragmentos de melancolía sobre la ciudad qué harías, preguntó el Director del video. Le sugirió al artista visual que iniciara su respuesta con la premisa que se le planteó. Juan Pablo muestra una media sonrisa de complicidad: Qué haría. Dependiendo de la hora. En la mañana me quedaría acostado en la cama a ver cómo suena aquello. Al mediodía, comería pan y vería por la ventana. En la tarde, dependiendo de la luz, podría salir a disparar. En la noche, en mi casa hay un techito de lo más bonito donde está la bomba de agua. De repente, me monto en ese techo y me baño en la lluvia. Sube New sentimentality de toe blue, de Lisandro Aristimuño. La música sonaba similar a neblina de páramo, livianita mientras el fotógrafo hablaba. Marianela Díaz, fue productora y seleccionó la música para Portafolios. Dónde la encontró. No se supo. Pero se sabía que era silenciosamente sensual. Inteligente, callada. En calma permanente, casi siempre dispuesta a insinuar una sonrisa. Muchacha alegre, bonita. Sólo eso.
Grababan el Portafolio número 18, sobre los fotógrafos de la ciudad. Ya habían terminado diecisiete videos sobre pintores, escultores, artistas conceptuales… No les interesaba aquello de cuál es su proceso creativo. Cuáles son sun influencias estéticas. Qué lee, qué música oye. Proponía premisas que estimularan la conversación sobre asuntos trascendentes como las formuladas a Juan Pablo. O al pintor Juan Mendoza en su ocasión, cuáles son las intenciones de una gata sobre el tejado de una casa que mira a una tortuga en la calle entre los autos. Juan, Mendoza carcajeo sabroso. Les llenó de gozo su discurso. Juan Pablo también saboreó el tuétano de la idea de Portafolios. Tal vez sucedió esto por llamarse Juan ambos. Quizás. Quizás. Quizás.
Ese día fue caluroso. Con todo, el trajín de los autos, los ruidos del centro de la ciudad no existían para el equipo de grabación. Pasaron del flipeo a la alucinación natural. Natural. Al final de la grabación como de costumbre, tomarían dos cervezas solera verde. Ahh, sabrosas.
Ahora sentado frente a su portátil Acer anémica de 2006, recuerda su tiempo de videoasta. Se levanta, voltea dos arepas de harina Pan, hojas de espinacas y salvado de trigo. Prepara desayuno para compartir con su hijo que es teletrabajador. Ya sirvió café. Vuelve a sentarse. Mira la pantalla de su computadora. Desliza la mano desde su frente hasta la barba desteñida. Escribe. Escribe. No olvida las arepas que se asan en el budare. Ni el lago lejano frente a su casa en la ciudad a ocho horas de vuelo de donde habita estos días. El territorio intensamente cálido donde grabó Portafolios. Tampoco olvida a María Elena, a Marianela ni a César el editor. Bonitos días. Bonitos.
Es fotógrafo. Hijo de campesinos de la montaña andina, pero se embelesa con el mar, con la brisa salitrosa de cualquier costa. Trota algunos kilómetros en las tardes. Entrometido, escribe. Similar a Atget no se arriesgaría a apostar si son cuentos, relatos, crónicas, ingenuidades. Escribe con alegría. Apuesta por la vida. Y eso es todo. Postea una fotografía en su Instagram. Vuelve a hacerlo después de varios meses sin visitar el mundo online. Suena su móvil.
Mira el teléfono. Un whaAsapp de María Elena, desde otra ciudad. También es migrante. Ajaaá andáis activo, escribe ella desde otra ciudad. Es una manera de verlo, diría un personaje de Murakami, le contesta el hombre de la barba desteñida. Una buena manera anota ella. Seguro, ahora soy habitante de ningún lugar. Como dice la canción de los Beatles, un hombre sin planes de nada para nada. Sólo aspiro escribir. Escribir, construir fotografías. Trotar. Meditar. Si aparece el trabajo o el amor, no los evadiré. Si aparece. Sobre todo, deseo aumentar el capital de armonía que habita en mi corazón. No parece un mal plan. De hecho, parece el mejor comenta Maríae. No lo es porque no existe, aclara. O enreda, el hijo de campesinos. Es un no plan entonces, sostiene la mujer, Es la mejor interpretación que puedo hacer este martes extenuante, Jajajaja ríe ella. Tal vez para expresar su aprobación.
Ya desayunó. Empina un pocillo negro opaco con café negro humeante. Continúa la conversación textual con Marie. Similar a un aprendiz de budista, indiscreto, le sugiere a la muchacha, Vida sencilla. Deseos de servir a otros, compasión. Constancia en la labor para mantenerse alegre como posible sendero. Marie escribe, te leo y por un momento me parece tan sensato, tan simple y yo aquí pudriéndome los ojos y la cabeza con tanta bobería. Desacelerar, respirar, salir del carrusel atolondrado, entiende ella. Él se despide, somos ríos que inevitablemente llegamos al mar. Ella lo acepta, nos estamos viendo poeta y un corazoncito amarillo. El fotógrafo piensa en los comunistas reciclados en activista ecológicos de los 60 y le envía otro corazoncito, pero verde.
En el video Portafolios, en un plano en picado de un balcón de un hotel sencillo como para amarse pobre e impunemente, Juan Pablo entra a cuadro. Mira arriba a la cámara. Habla: Bukowski decía que lo importante era ver las paredes blancas. Yo nací para ver manchas en las paredes. No soy de hacer muchas preguntas, ni de responder tantas tampoco, sino como de andar viendo, caminando… Y sale de cuadro. Aparecen los créditos del video sin la palabra fin. No ha llegado al mar aún.
Alejandro Vásquez/Opinión