A la vista de todos, se ha consumado un verdadero Milagro en Colombia. Cada quien lo interpretará según sus convicciones, pero el hecho ha dejado perplejo a crédulos e incrédulos. La conducta heroica de la niña de 13 años rebasa los límites de lo creíble. La angustia y la desesperación no la doblegaron. Fueron 40 días y 40 noches, 960 horas vividas intensamente, minuto a minuto, cargando con un infante de 11 meses y dos niños de 9 y 4 años en un ambiente inhóspito, donde la muerte asecha a los más débiles y los menos aptos. Es imposible negar el amparo de la mano de Dios.
El Milagro comienza con la tragedia. Los niños resultaron ilesos físicamente en un evento donde los adultos perdieron la vida por el fatal impacto de la aeronave contra el follaje de los robustos árboles. Por supuesto que caben suposiciones lógicas y hasta explicaciones verosímiles, todas cargadas de incredulidad ante un hecho a todas luces divino. Pero en la medida en que conocemos de primera mano los acontecimientos ocurridos, los niños sobrevivientes se van apartando de los cánones convencionales estrictamente humanos y se transfiguran en auras celestiales deambulando en la inmensidad de la selva, errantes, extraviados y sin rumbo, protegidos por Dios: fue un auténtico Milagro.
Cada uno de sus pasos y acciones desde que se encontraron solos en un ambiente tan hostil, fueron una odisea. A simple vista parece una ficción. Y sin embargo, sobrepasaron los estándares humanos, para poder sobrevivir. Los rescatistas, antes del prodigioso hallazgo, narraron las adversidades sufridas por personas no acostumbradas a semejantes exigencias, aun con equipos sofisticados y dotados de insumos necesarios para mitigar las penurias. Si bien por costumbres ancestrales, la niña fue educada para sobrevivir en ambientes extremos y salvajes, carecía de toda dotación útil para auxiliarse; carecía de fuerzas, de serenidad, tal vez asediada por el llanto de hambre y desesperación de los niños menores. Y no solo luchó por su propia vida, sino que veló por la seguridad de sus hermanos totalmente desamparada, tan solo con el instinto de conservación, hasta el último aliento. Fue todo un prodigio, una historia sencillamente increíble. En la cabina del avión, yacían los cadáveres de quienes en el último instante de sus vidas, lo dieron todo para proteger los infantes de una muerte segura. Dios les dio aliento en los minutos finales para enaltecer sus vidas, y ellos dejaron un legado inolvidable. Fue un Milagro de Dios.
Los seres humanos vivimos en una burbuja donde todos los hechos son tangibles. Nada es sobrenatural, no existen Milagros. En el transcurso de la historia humana, los fenómenos naturales han sido explicados a través de la lógica científica, casi sin desconocer nada. Esa burbuja es la tierra y su entorno atmosférico, la Tropósfera. Dentro de ella todo tiene una explicación razonable. Aun así, coexisten ideologías, religiones y diversas creencias, desde las cuales, otros hombres han buscado y han expresado otras explicaciones, otras lógicas, otras verdades y otros misterios fuera de la burbuja, es decir, fuera del tiempo y del espacio, de lo material y tangiblemente cuantificable.
Y no han podido encontrar nada, ni demostrar la existencia de nada, ni en lo sagrado ni en lo esotérico, fuera de la burbuja. Todo se basa en la Fe. La práctica de la Fe tiene una poderosa influencia sobre el ánimo de las personas que la profesan y produce una energía inusitada para la acción, dentro del ámbito de sus convicciones. El hombre se desmaterializa como ser humano, antes de la vida y después de la muerte, y se convierte en alma y espíritu. Ambas cosas pueden viajar al más allá o salirse de la burbuja a través del túnel de la imaginación, pero al regresar, por el simple hecho de haber ido hacia lo inmaterial, no tiene nada real que ofrecer y todo se remite otra vez a la Fe, a las creencias, que hacen parte del ser social o el ser natural. Para la Ciencia, Dios no es materia, por tanto no existe.
Hay una clara diferencia entre la Fe intangible y la realidad histórica verificable científicamente. Para mentes no cultivadas, tal vez por nuestra inocencia o ignorancia, al levantar la mirada hacia el cielo, vemos la Creación, el mundo mágico, la perfección, el equilibrio universal. Un sistema perfecto. Vemos aflorar la sucesión de la vida cuando llueve o cuando las nubes se mueven, cuando el sol sale por el horizonte. Todo es tangible, visible, verificable, pero tiene para nosotros, crédulos e ignorantes, un origen más allá de la explicación científica, aunque ese origen, esa presencia inmaterial, que acepta y no niega la ciencia, no se pueda explicar convincentemente, en esferas fuera de la verdadera Fe.
El hombre inteligente se ha dado a la tarea de explicar la vida y todo cuanto acontece a su alrededor, y aún más allá: ha indagado la historia de la tierra, los periodos geológicos, el origen de las especies, la presencia estelar, el sistema solar y parte del universo. Al salir de la galaxia con los súper telescopios, el hombre se minimiza, su conocimiento del universo se torna infinitamente pírrico y ante la inmensidad existente, atribuye a un Big Bang el origen del universo. El espacio exterior se vuelve infinito y más allá de lo infinito solo está lo infinito. Sin embargo, a simple vista, todos podemos ver en las estrellas, la presencia de Dios.
El hombre ha descubierto huellas de su paso por la tierra a través del tiempo, antes y después de su aparición como Homo Sapiens. Ahora busca huellas en el universo pero hasta ahora, apenas ha asomado una mirada hacia el espacio sideral donde no ha encontrado ni una luz a la explicación de lo infinito. Lo que ve y expresa en teorías, hipótesis, proyecciones científicas, es solo misterio, desconocimiento, realidad inaccesible. Los científicos han renunciado ver a Dios donde se hace visible, en la magia de la vida de cualquier especie terrestre, o en los fenómenos naturales, para buscarlo donde nunca podrán ni siquiera imaginarlo. En Colombia, dentro de la burbuja, a la vista de todos, Dios ha obrado un Milagro incuestionable. Ha repetido una vez más: “El que tenga ojos, que vea”. Y como ayer, lo ha hecho desde una simple comunidad de indígenas humildes, de costumbres ancestrales, en un recóndito rincón del planeta, lejos de la civilización, donde los elementos naturales, mantuvieron con vida cuatro niños endebles e indefensos, por designios de su Santa Voluntad. La vida es, en sí, un Milagro.