Mi hermana Thamar y yo tuvimos un ángel guardián de carne y hueso. Se llamaba Lino Faría Ferrer. Lo quisimos tanto que aún cuida nuestros sueños aunque no esté.
Era pequeño, de nariz aguda, brazos musculosos, piel apio, entradas como las de Bolívar, dentadura perfectamente blanca y completa, tendría como 40 años cuando mi memoria lo retrata y era inocente, bondadoso e ilusionado.
A Thamar le decía Zurrapita o Taparuquita y a mí me llamaba por el nombre con sus letras y acento completos: Josué.
Nos llevaba al Colegio Creación La Limpia, donde conocí a mi primer amor: la maestra Yasmina Fernández. Para llegar había que caminar un buen trecho y cruzar una zona despoblada. Lino dejaba que fuésemos adelante jugueteando mientras seguía nuestros pasos como una fiera, salvo una vez que apretó el paso; al llegar fue derechito al sanitario, el pobre venía batallando con las tripas.
Nos gustaba conversar con él bajo los frondosos árboles de nuestra casa en 24 de Julio. Sus historias estaban cargadas de ilusiones, de fantasías, donde Lino era un superhéroe.
Había en el solar un viejo Buick 58 montado sobre cuatro adobes macizos. Era inmenso, tanto que una vez íbamos por La Redoma de Tierra en La Coromoto, cuando un motorizado distraído se estrelló por detrás, dio una voltereta en el aire y cayó sobre el capó del maletero. Cuando llegamos a la casa vimos al joven acostado.
- -¿Usted que hace ahí? -preguntó mi padre.
- -Señor, le he llegado en la moto por La Redoma de Tierra en La Coromoto, les he gritado y golpeado el vidrio hasta cansarme y no me han oído.
Cuando andaba con mi viejo conversábamos, me encantaba escuchar sus canciones cristianas.
- -¿Está usted bien, muchacho?
- -Sí, señor.
- -Vamos a llevarlo donde dejó la moto.
Uno de los cuentos de Lino era que él podía alzar con su fuerza el Buick y lanzarlo lejos. Thamar con picardía lo retaba ¡a que no!, entonces, se arremangaba la camisa disponiéndose a levantar aquel armatoste y a la mitad se detenía con cualquier pretexto:
- -Hoy no, me llama la hermana, Ángela.
Una tarde al volver del colegio encontramos que el viejo Buick no estaba allí.
- -Les dije que lo iba a quitar de ahí y tirarlo lejos, dijo sonreído.
Tuvimos una ovejita que nombramos Lupita. Mi padre no sabía cómo hacer para sacrificarla porque era una mascota para nosotros. Una mañana había desaparecido.
- -Mamá, ¿dónde está Lupita?
- -Pregúntenle a Lino.
Así nos contó la historia más hermosa de la ovejita que se fue a ver a su mamá enferma.
Esa tarde cenamos carne deliciosa sin pensar jamás que nos comíamos a Lupita.
Josué Carrillo