“En ninguna otra región de la América hispana alcanzó la guerra de independencia resonancias tan vastas y caracteres tan drásticos como en las provincias de Venezuela. La simple evocación de ese discutido acto de Simón Bolívar, la proclama de Guerra a Muerte, es bastante para medir la elevada presión que los odios de clases y otras circunstancias históricas de similar significado social, dieron a la pugna en estas comarcas”.
Esto lo apunta Ramón Díaz Sánchez en un texto del año 1975 bajo el título de: “Evolución Social de Venezuela (Hasta 1960).
Ramón Díaz Sánchez (1903-1968) es uno de los principales hombres de la cultura nacional. Autor de “Mené” (1936) y “Cumboto” (1947) y de la que puede considerarse como la mejor obra histórica: “Guzmán: elipse de una ambición de poder” (1949).
1813 es un año de inflexión. Cuando la guerra deviene de exterminio y con unos contendientes sobrepasados por los acontecimientos. Estos actores ya no saben por qué pelean y si lo saben ya era un asunto estrictamente de impulsos vandálicos.
La Revolución pacífica de 1810 y 1811 sufrió una metamorfosis y se hizo virulenta. Para que naciera lo nuevo había que amputar lo viejo. La transición pactada para transitar de súbditos a ciudadanos nunca la hubo.
En la Historia puede pasar cualquier cosa bajo el derrotero de lo contingente y el azar. Luego que todo ya pasó los historiadores le damos un sentido filosófico justificador. El Estado se apropia de los recuerdos y se identifica con los vencedores para generar la misa patriótica.
Las instituciones coloniales fueron derribadas. El referente institucional republicano que le sustituyó fue endeble y caótico. La Campaña Admirable nacida desde la Nueva Granada ponía fin a la reacción monárquica asumida por el aventurero Monteverde en 1812.
Bolívar ya no sólo combatía contra los partidarios del rey sino que también contra sus propios compañeros de causa. Mariño, fue asumido como el Libertador de Oriente, y como tal, rivalizó contra el caraqueño.
La habilidad militar de Bolívar le permitió ganar la carrera hasta Caracas e imponer las condiciones como el principal vencedor. Aunque ya los resquemores habían sido sembrados entre los principales caudillos regionales. La guerra civil ya no solo era a nivel de la base sino en el ámbito del liderazgo: principalmente ahí.
Boves en 1814 va a capitalizar una guerra social que se le fue de las manos a los mantuanos con su ineficaz y clasista Constitución de 1811. Boves no sólo defiende las banderas del rey sino las banderas del igualitarismo social de la mano de una lanza y no de un texto jurídico.
Nadie ha dicho de Boves que fue un comunista. En cambio sí fue el primer demócrata de Venezuela. Lo primero no es ninguna provocación. La política es una creación de la insatisfacción: una forma de rebeldía y protesta. Y Boves actuó contra los propietarios blancos.
Boves fue efectivo porque nunca disimuló su odio al sector blanco y se hizo partidario de los descamisados de ese entonces. Su guerra fue una guerra más de carácter privado que bajo los imperativos de un rey ausente a quién en la práctica desconoció como un insubordinado activo.
La libertad era una entelequia exclusiva de una minoría ilustrada. El dique que mantuvo a los sectores sociales inferiores prisioneros de la minoría blanca terminó por romperse. La guerra vino a convertirse en una inesperada oportunidad de ascenso social desde los saqueos y la anarquía sin culpables.
Para España la guerra contra los rebeldes le fue algo muy barato ya que ejército de ocupación nunca tuvo. Su desdén devino en indiferencia. Y su locura gloriosa en perdición. En vez de negociar su retirada prefirió su propia inmolación y la de sus partidarios en América.
Los 15.000 legionarios de Morillo en el año 1815 vinieron hasta Venezuela para apaciguar a Boves y detener la guerra civil. La nueva dictadura militar fue ineficaz en su objetivo de restaurar el viejo orden colonial puesto en duda por los alzados en armas. Y por qué se enajenó el apoyo de los sectores populares.
La catástrofe de la guerra fue el fracaso del vencedor y el vencido que se alternaban las suertes. El caudillo encontró un entorno propicio para su desenvolvimiento. Páez heredó los llaneros de Boves. Y ésta fuerza temible, de bandoleros sin ley, fue la que inclinó la balanza en favor de uno de los bandos en disputa.
La guerra entre caudillos fue terrible. Maestros del asesinato y pordioseros de la vida. Abandonaron la clemencia y se refugiaron en la impiedad. La traición les motivó más que los mismos ideales que supuestamente modela a los héroes.
Algunos jefes orientales como Mariño y Arismendi haciéndose acompañar por algunos civiles como el canónigo José Cortés de Madariaga, desconocieron la autoridad de Bolívar en el Congreso del pueblito de San Felipe de Cariaco un 8 de mayo de 1816.
Bolívar sabía que el reto a su autoridad debía ser atendido con extrema energía y ferocidad. Ya había alertado que: “Aquí no manda el que quiere, sino el que puede”. Y se fue contra el militar más prestigioso, el vencedor de San Félix.
Piar, además de excelente militar, era un pardo que podía emular a Boves. Y si algo temió Bolívar al igual que Miranda, fue la guerra de colores.
Un tribunal, formado por amigos de Bolívar, condenó a Piar a ser fusilado en Angostura un 16 de octubre de 1817. El mensaje fue captado de manera inmediata por Mariño y otros caudillos díscolos a la autoridad del Libertador.
La independencia devino en un baño de sangre bajo las correrías de ejércitos privados liderados por caudillos regionales más leales a sus propias patriecitas que a un ideal libertario de filosofía republicana.
Los 800.000 aún súbditos de España que había en la Capitanía General de Venezuela en 1810, descendieron a 600.000 en 1823 cuando finalizó la guerra. La nueva patria nació herida y menguada.
400.000 pardos (50%); 200.000 blancos (25%); 120.000 indios (más o menos el 14% diseminados en la periferia) y 80.000 esclavos negros (11%) fue el mapa demográfico antes de la guerra en 1810. De una de las posesiones menos relevantes del poderoso imperio español americano.
La pequeña Venezuela en la práctica se inmoló toda. Los anales de la epopeya se han encargado de borrar el horror y de imponer la marcha triunfal de los héroes en torno a los mitos patrióticos.