En la víspera del inminente golpe de estado que se fraguaba contra su gobierno, el presidente Rómulo Gallegos Freire mantenía la certeza de que su Ministro de Defensa, y amigo personal, el entonces Coronel Carlos Delgado Chalbaud, no se prestaría a encabezar el movimiento de jóvenes oficiales descontentos con su gobierno, el cual mantenía encendida la mecha de la sublevación en la mayoría de los cuarteles en el país desde el mismo inicio de su mandato el 15 de febrero de 1948.
Mientras a Caracas la envolvía los rumores del golpe por todos lados, al presidente Gallegos le costaba asimilar que aquel joven militar de 41 años, de gestos educados y amables obtenidos por sus estudios en París, casado con una joven rumana de ideas comunista, ahijado de Juan Vicente Gómez, conocedor de la literatura de su tiempo, y con quien trabó una estrecha amistad en su exilio en el otoño de 1932 luego de hospedarlo en su residencia de Barcelona en aquella España de la Segunda República, sería capaz de traicionarlo encabezando una conspiración para sacarlo a la fuerza de un poder que había obtenido en elecciones libres hacía apenas diez meses atrás.
Y es que Carlos Delgado Chalbaud le había jurado lealtad incondicional no solamente horas antes de que la alevosa conjura que estaba en desarrollo se consumara de manera definitiva, sino desde el mismo momento en que lo juramentó junto con sus colaboradores civiles como Ministro de la Defensa en el acto de su toma posesión presidencial.
Estaba de por medio el agradecimiento de haberlo recibido en Barcelona donde los lazos de amistad se trenzaron en las tertulias matinales degustando un frugal desayuno catalán, en los modestos almuerzos con algunas recetas de la gastronomía venezolana, y en el recuerdo imborrable de las tranquilas tardes en las que Teotistes de Gallegos, esposa del escritor, consentía a los ilustres huéspedes con una merienda de galletas polvorosas salidas de sus frágiles y bondadosa manos y que solía acompañar con un oloroso café español.
Esa “lealtad” la había confirmado Delgado Chalbaud dos días antes frente al propio Gallegos cuando éste último lo invitó a que se presentara en su residencia familiar, lugar donde el presidente se mantuvo aislado desde el 15 de noviembre por sugerencia de las fuerzas militares mientras se desarrollaban las conversaciones que mantenía sus colaboradores de Acción Democrática con el grupo de militares sedicioso para tratar de llegar a un acuerdo político, el cual Gallegos nunca aceptó.
Alfredo Tarre Murci (Sanin), relata en un su libro sobre la vida de Rómulo Betancourt aspectos interesantes de ese encuentro y, asegura. que estando de testigo el entonces Secretario de Gobierno,
Gonzalo Barrios, Delgado Chalbaud en “medio de lágrimas juraba su lealtad al presidente, hasta el punto de que amenazó con suicidarse si no le creían”. (1). Agrega Alfredo Tarre Murci en su libro, que Gallegos ordenó a Gonzalo Barrios que le quitara el revólver a su Ministro de la Defensa “para evitar una desgracia”. Este gesto dramático con visos histriónicos convenció al presidente.
Es muy posible que antes del mediodía de aquel 24 de noviembre de 1948, fecha cuando se consumó el golpe incruento que lo defenestró de la presidencia, Rómulo Gallegos debió haber recordado las frases lapidarias y contundentes que le expresara Gonzalo Barrios una vez que Delgado Chalbaud se retirara de su residencia. “Qué se va a matar este tipo. Yo lo conozco como la palma de mi mano. Yo le apuesto, presidente, que Delgado nos está jugando sucio, y que no persigue otra cosa que la presidencia de una nueva junta” (2)
La conjura de los necios
A tantos años del golpe de Estado en contra del Presidente Rómulo Gallegos todavía se tejen discusiones no sobre la traición de Carlos Delgado Chalbaud, que es apenas un elemento en la trama de esta conjura castrense, sino acerca de las motivaciones reales que llevó a un grupo de jóvenes oficiales de las Fuerzas Armadas de Venezuela a interrumpir la breve gestión de un gobierno que se había convertido en el primero electo por votación secreta, directa y universal en la historia venezolana.
Para muchos analistas, lo ocurrido el 24 de noviembre de 1948 es una consecuencia directa del golpe del 18 de octubre de 1945, fecha ésta cuando fue derrocado el entonces presidente Isaías Medina Angarita. Tal argumentación se sostiene porque casi los mismos personajes del ámbito militar, de algunos partidos políticos y de varias élites empresariales que habían conspirados tres años antes para provocar la salida de Medina Angarita, se unieron nuevamente para quebrar los intentos de un experimento democrático que no tuvo tiempo de demostrar sus buenas intenciones, argumentando, con algunas variantes, casi las mismas razones que motivaron la asonada precedente.
El mismo Rómulo Gallegos reconocería que el golpe del 18 de octubre de 1945 y el del 24 de noviembre de 1948 eran eslabones de una misma cadena. “Es necesario reconocer que el proceso que acaba de culminar comenzó la misma noche del 19 de octubre, cuando se organizó la Junta Revolucionaria de Gobierno con mayoría de hombres de Acción Democrática”, expresó el escritor años después a Rómulo Betancourt durante su exilio en México. (3)
La “gloriosa juventud militar”, como la calificó el propio Gallegos en un mitin celebrado en el Nuevo Circo de Caracas a finales de noviembre de 1947 como parte de la campaña electoral que lo encumbró en la presidencia, venía conspirando desde el primer momento en que el afamado autor de Doña Bárbara se instaló en su despacho del Palacio de Miraflores. Un selecto grupo de oficiales con excelente formación que había vivido la experiencia del derrocamiento de Isaías Medina Angarita, se había dado a la tarea de influir con sus doctrinas y controlar a los principales mandos de las Fuerzas Armadas, como un recurso para actuar en caso de los que líderes civiles desviaran el rumbo de su particular visión de dirigir el desarrollo, el progreso y la paz en el país.
Entre esa gloriosa juventud militar destacaban un andino de 34 años, inteligente, de carácter férreo y espíritu determinado llamado Marcos Pérez Jiménez, y un guayanés de 33 años, de trato afable y taimado
que estaba dotado de un fino sentido para el engaño llamado Luis Felipe Llovera Páez. Ambos ocupaban puestos claves de comando dentro del ejército y habían cursado estudios de especialización en la célebre Escuela Militar de Chorrillos, en Perú, donde recibieron la influencia de una doctrina de contenido mesiánico que asignaba a los militares la tarea de servir como salvadores de sus países.
En Chorrillos tanto Pérez Jiménez como Llovera Páez fueron alumnos del general peruano Manuel Odria, quien el primero de noviembre de 1948 derrocó al presidente José Luis Bustamante Rivero, es decir, 23 días antes del golpe contra Gallegos. ¿Coincidencias del destino…?
Pérez Jiménez y Llovera Páez eran las cabezas visibles de esa gloriosa juventud militar, pero ésta tenía amplia ramificación en otras fuerzas en las que igualmente figuran jóvenes oficiales opuestos a los vicios del gomecismo, del lopecismo y del medinismo, que ocupan posiciones estratégicas en puestos de mando como los tenientes coroneles Mario Vargas, que se desempeñaba como Inspector general de las Fuerzas Armadas, José León Rangel, quien fungía como Director General de los Servicios, el Capitán de Fragata Wolfgang Larrazábal que era Comandante de las Fuerzas Navales, el coronel Feliz Román Moreno, a la sazón Comandante de las Fuerzas Aéreas, y el capitán Óscar Tamayo Suárez que era Comandante de las Fuerzas Armadas de Cooperación. Todos ellos estamparían su firma en el Acta de Constitución de la Junta de Gobierno que se organizó una vez que se derrocara el gobierno de Rómulo Gallegos.
Pérez Jiménez y Llovera Páez habían conformado un núcleo influyente de militares que mantenían relación con empresarios nacionales y extranjeros enemigos de la sindicalización, los cuales estaban opuestos a cualquier modernización tributaria y al control por parte del Estado de los recursos naturales, entre ellos obviamente el petróleo.
Durante los 8 meses que duró su gobierno, Gallegos estuvo rodeada de disputas y conjuras por parte del grupo dirigido por Pérez Jiménez y Llovera Páez, pero también estuvo rodeada de las rencillas entre los partidos de oposición y el partido gobernante, Acción Democrática. Se dieron incluso intentos por derrocarlo antes de noviembre, y hasta se produjo un distanciamiento parcial del presidente con sectores de su propio partido, pues estaba convencido de que podía contar con militares que él consideró leales, como era el caso de Delgado Chalbaud.
El descontento con el gobierno de Rómulo Gallegos no era solamente el de una parcela relativamente mayoritaria de militares. Algunos sectores económicos nacionales, sobre todo los que estuvieron afectos al régimen de Medina Angarita, así como representantes de algunos intereses extranjeros, como el caso de las empresas petroleras, habían expresado su malestar por el comportamiento cada vez más nacionalista del presidente Gallegos.
El mes de noviembre lo había iniciado el gobierno anunciando la Reforma de la Ley de Impuesto sobre la Renta, la cual quedó promulgada el día 12 de ese mismo mes. Tal legislación al parecer abrió la espita para justificar aún más la presión de los sectores económicos con el apoyo de militar contra el gobierno de Gallegos, y significó el argumento de mayor peso que se le colocaba en las manos a la “ilustre juventud militar” para levantarse en armas. La nueva ley establecía la imposición adicional de un 50 por ciento en el exceso de las ganancias que obtuvieran las empresas por encima de los impuestos pagados a la nación.
Cabe destacar que los militares rebeldes veían al gobierno como un apéndice de Acción Democrática y a Gallegos como un títere manejado por este partido, por lo que sentían que sus capacidades de toma de decisiones estaban restringidas y sometidas a los dictados del gobierno y, por supuesto, a los dictados que surgieran en el seno de Acción Democrática. Al contrario de lo que muchos de los que apoyaban al gobierno creían, los jóvenes oficiales que participaron en el golpe del 24 de noviembre no estaban satisfechos con la representación militar original en el gabinete de gallegos. Ellos sabían que Acción Democrática con su vocación para el poder y su amplia base, inevitablemente usurparía la autoridad de las fuerzas armadas y estaría en una posición más firme para vencer cualquier resistencia militar que la que había tenido los gobiernos anteriores.
Sanin. Rómulo. Vadell Hermanos. 1984
Idem.
Luis Cordero Velásquez. Rómulo Betancourt y la Conjura Militar del 45. Pág. 190)