Ella baja la escalera de adobe rojo, espolvoreada con arenilla gris. Lleva un vestido de tela suave con flores marrón oscuro y amarillo anémico sobre fondo negro. Unas sandalias plásticas, que parecieran hacerla flotar. Tiene sesenta y largos años. Morena, piel ajada. Se ve alegre. Fuma un porro de marihuana casi a terminar. Ya es una chicharra como lo llamamos en mi país. Huele a humedad salobre. Camina unos doscientos metros sobre la arena. Se desviste. Queda en bañador. Aspira profundamente. Cierra los ojos. No expulsa bocanada de humo por su boca al estilo Marlene Dietrich en Casa Blanca. Tira la colita del tabaco a la playa. Un diminuto vestigio. Con el pie, lo cubre de arena. Camina hacia la explanada de agua y sal. De agua y espuma blanca. De sonido agradable, de murmullo de olas. Mar adentro, lejísimo, se ven desenfocados siete barcos. Son las seis y cuarenta de la mañana. Hace un frío amigable.
Alejandro Vásquez Escalona