Lunes 11 de noviembre de 2024
Cultura

Vida de calle (por Alejandro Vásquez Escalona)

Si su destino último esa tarde fuese el mar. Si la ciudad estuviese polvorienta y devastada podrían ser el hombre…

Vida de calle (por Alejandro Vásquez Escalona)
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Si su destino último esa tarde fuese el mar. Si la ciudad estuviese polvorienta y devastada podrían ser el hombre y el chico en la novela La Carretera de Corman McCarthy. Descienden por una calle de asfalto. A un costado, en la pared amarilla sucio, se aprecia el trazado de un rostro triste con pintura de spray negra. La rayita de la boca en arco invertido, saben. Abajo espera un parque reverdecido. El mar está en la misma dirección, pero más lejos. La ciudad despierta del invierno. Bebe el sol de primavera. El hombre conversa con su hija. Le cuenta una experiencia vivida. Una noche, cuando recién comenzaba como pareja con tu madre salimos a cenar. Sentados en un restaurant sencillo, esperábamos la comida que solicitamos. Mientras, se acercó un chico de unos siete años. Vestía desaliñadamente camisa y pantalón desgastados. Mirada vivaz, pero en silencio casi siempre. Nos pidió dinero para comer. Se lo negamos. No les deis dinero a los niños de la calle, bla, bla, bla. Lo invitamos a cenar con nosotros. Hizo silencio. Dudó. Lo pensó y ya estaba con los pies bajo la mesa en tercera silla con nosotros.

Trajeron la cena. Comimos. Hicimos cualquier cantidad de preguntas. Dónde vivía. Si estudiaba, tenía mamá y papá. Hace cuánto tiempo que vivía así. Respuestas de dos o tres palabras. Inquietud de niño. Se veía con la seguridad que da la calle, sin aires de vagabundo. En la sobremesa, nosotros de honestos e ingenuos, le propusimos que se viniera vivir a nuestro hogar para que estudiara. No teníamos hijos. Nos miró en silencio con picardía, nos dijo que no quería eso. Y más nada. La hija oye a su padre. No pregunta tampoco. Ambos parecen interpretar la decisión del chico.

El hombre sostiene su cámara fotográfica con la correa enrollada en su mano. Así lo hacía en su país. Acá hay bastante paz. Poca violencia de atracos y cosas de esas. Pero nunca se sabe. Casi llegan al parque donde pasará con su hija el resto de la tarde. Del lado izquierdo en una pared blanca, destaca un mural neofigurativo, gestualista, acentuadamente colorido. Les adelanta un hombre moreno. Lleva gorra negra con logotipo de Nike. Campera celeste doblada en el antebrazo. Al ver la cámara, solicita que lo fotografíen. Hacéme una foto, pues.

El fotógrafo está de acuerdo. Se acerca a la pared. Sugiere poses, cruza los brazos. Flexiona la pierna izquierda, apoya el zapato en la pared. Colócate  así, aquí. Levanta la cara y mira la cámara así. Mural gestualista de fondo. Se retira y ocupa su sitio el solicitante. Ese que lleva la gorra negra. Se oye el sonido que ustedes han oído bastante. El hombre moreno de gorra negra se marcha. No pide que se le envíen por correo la fotografía como otros. Ya de espaldas se despide brazo en alto. Camina de prisa, como casi toda la gente de esta ciudad.  El fotógrafo lo llama. Hey, no vas a ver la foto. Se regresa. Mira la pantalla de respaldo digital del aparato. Plano americano. Brazos cruzados. La camisa negra del retratado continúa el color negro del mural gestualista. El celeste descolorido de la campera,  prolonga el trazo gestual celeste en el mural de la pared. Se muestra tranquilo. Tá el mejor retrato. Cómo lo hiciste. Se ve con la seguridad que da la calle, sin aires de vagabundo. Y eso es todo.

Alejandro Vásquez Escalona

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