Viernes 11 de octubre de 2024
Opinión

Superman callejero…. Todos somos migrantes (por Alejandro Vásquez Escalona)

Cuando no ocurre algo que deseamos. O sucede algo desagradable, perdemos la calma. Pierdo un poco la tranquilidad. No dejo…

Superman callejero…. Todos somos migrantes (por Alejandro Vásquez Escalona)
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Cuando no ocurre algo que deseamos. O sucede algo desagradable, perdemos la calma. Pierdo un poco la tranquilidad. No dejo derramar toda la armonía. Tomó mi cámara. Salgo a caminar, no por la vereda cósmica del sol. No busco fotografiar. Camino por una calle en los alrededores de mi hogar.

La fotografía me encuentra. Me detengo a dar una ojeada a un mural naranja, fucsia, verde. El rostro recio de una mujer sobre la santamaría de un sindicato. Puño cerrado en alto, pareciera gritar algo. Preparo la jaula para atrapar un Instante Decisivo. Encuadro. Medio espacio fotográfico para el mural, otro para la acera. Mido la luz. Espero. Que descaro. Cómo se escandalizaría Henri Cartier-Bresson. Purismo.
Antes, un muchacho que camina también, me adelanta, voltea, levanta el puño cerrado con el pulgar hacia arriba. Todo bien, entiendo. Le sonrío. Y continúo. Veo la calle, el mural por la ventanita de seducción. Sigo en la espera, como si meditara.

El chico del saludo regresa. Trae una guitarra clásica en una mano, en la otra una silla. Alto blanco rosado. Viste una franela con la S de Superman. Me emociono. Al pasar al lado de la mujer puño en alto, disparo. Queda medio cuerpo fuera de cuadro. Pantalón marrón aceituna. Se ve contento. Muchacho, podéis volver a pasar, por favor. Se devuelve, silla y guitarra en manos.

Dejá la silla, si queréis. No, mejor con la silla, me responde. Interpreta mejor mis intenciones visuales. Camina frente a la cámara. No la mira, parece que volara de satisfacción, similar a cuando cocinaba en Burlesque Bar. Cuando no estaba desempleado. Es cocinero. Once tiros familia de mi corazón, es el lema en su Instagram c. frankbunker. Suena el tiro número doce. Dibuja con pixeles la imagen de Fran en el vientre de la máquina. Me satisface. No hace falta el disparo trece.

Dos filas de coches estacionados a ambos lados de la calle casi solitaria. Fran coloca su pierna derecha sobre la silla donde apoya la guitarra, rasga acordes de una melodía triste. No canto para solicitar colaboraciones, me aclara. Cesa de tocar, se levanta y recibe el dinero que le extiende un cliente. Cuido coches, estoy casi en la calle. La rudeza del desamparo material, no le ha ajado del todo el corazón. De pie al lado del mural de la mujer, posa como le sugerí.

Voy a salir adelante, me iré a Chile donde tengo casa y trabajo. Ahora ahorro para el boleto, dice. Lo enjaulo en un retrato plano americano, la guitarra sobre la silla. Imagen taciturna. Casi ausencia de gestualidad.
Imagino que la calle continua vacía. No oigo pájaros que cantan. Ni autos que se desplazan. Ni sus bocinas. Escucho. Escucho el relato de un muchacho convencido que nadará sobre la ola para acercarse a la orilla. Tengo un Instagram, pero el teléfono lo vendí para comprar comida, cuenta Fran. Me siento aludido. Hay empatía. Le cuento fragmentos de mi vida. Migrante, desempleado también. Escasos pesos en el bolsillo. Un pasado académico satisfactorio. Casa frente a un lago en un país lejanísimo. Pasado que ya no pesa. No pesa.
Cuanto tiempo tenés en el país, cómo te han tratado me pregunta el muchacho de la guitarra. Le preciso que me va bien. Que me siento agradado por la relación con la poca gente que he conocido porque son muy solidarios. Me contenta, dice Fran. Aun viste aceptable como diría algún prejuiciado de la moda. Su pantalón aceituno comienza a cubrirse de una suave mugre callejera.

La franela de Superman se mantiene limpia. Su vestimenta tal vez muestre el campo de batalla entre las profundidades del mar embravecido de la vida y la orilla anhelada de la sobrevivencia. Le sigo viendo en plano americano por el visor de mi cámara. Con semblante descreído me advierte, mirá este es un país en apariencia de criterios amplios, democrático.

Pero en esencia, quién triunfa, ese que va arriba, no ve al que cae. Palabras filosas, pero sin amargura. Suena bocinazo en la calle. Alguien sobrevive a la embestida de un coche blanco. Bromeo. El muchacho con la naranja en su pecho, sonríe. En gesto espontaneo, inclina su cabeza al lado izquierdo. Click. Se oye el fogonazo trece.

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