Mucho ruido y pocas nueces, llover sobre mojado, más es la bulla que la cabuya o más de lo mismo, es como la inteligencia coloquial del hablante-pensante nuestro nos señala, sin codificar ningún algoritmo, que un episodio, evento o circunstancia está siendo boomesco y que -lo que es peor- alguien está vendiendo con éxito su producto ideado para eso.
La inteligencia artificial siempre ha estado aquí, por lo menos en teoría, y por lo menos cuando hemos construido una herramienta que ha hecho, hace y hará el trabajo por nosotros y, por eso, creemos que “piensa”.
Cuando se hizo la rueda, la inmensa humanidad de entonces (unas veinte personas), al ver que no paraba de girar y que se perdían de vista las multimollejéricas aplicaciones que tenía, miraron, como siempre lo hacían, hacia Arriba: “¡Dios mío. Esto es el acabo ‘e mundo!”. Aún así, el cicloinvento (y otros) continuó rodando por la febril imaginación colectiva: volantes de relojes, ruedas sistemáticas de ferrocarriles, CD, discos duros, estaciones orbitales. Tantas aplicaciones como mentes brillantes hubiera y que emergieron sucesivamente a través de los siglos y los aplausos agradecidos de quienes empleaban los resultados.
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De todas maneras, la gente se encomendó a Dios, no fuera a venir por ahí el Demonio disfrazado de Inteligente Artificial y, como los tres cochinitos, les fuera derribada su casita construida con bloques de ingenuidad.
Y ahí es donde está el detalle, me recuerda siempre el de los dos retacitos del cuquérico bigote. O sea el Cantinflas.
Hoy, todos los medios de comunicación (media, les dicen algunos) están tan inundados de la IA como de aire las tuberías del acueducto de Maracaibo. Y, en el área donde más se ha propagandeado, parece ser, es en la proyección de las figuras y cuerpos humanos históricos como Jesús, el que nació por inseminación artificial; Cleopatra, quien por mucho que lo intentó nunca llegó a superar en nada a su antonomásica Elizabeth Taylor, y otros no menos importantes personajes que hicieron temblar al mundo como una gelatina.
¿Cómo se llegó a ese prodigio de las neuronas con seso? Con instrucciones condicionantes o no, cuyo conjunto llamamos algoritmo (no de Al Gore sino de Al Juarism) y que alguien más inteligente le asignó a la máquina como una orden.
“¡Quedó igualito, y hasta mejor!”, exclaman los más impactados al ver la cirugía plástica que un médico-IA le aplicó a Messi o al Papa o a Trump o al hombre de Neanthertal pintando el frente de su caverna por la aproximación de las fiestas navideñas. En honor de la verdad, todo es una proyección, basada en la alimentación que con datos históricos se llenan las computadoras. Busque usted un buen paleontólogo, un historiador, un ingeniero de sistemas y un experto en Photoshop con imaginación y obtendrá los mismos resultados. ¡Y cuidao si no mejores! Parece que la IA sólo se hará tangible cuando una endemoniada máquina le diga a alguien: “¿Sabéis cómo es la cosa? Que a partir de ahora vos vais a hacer lo que hago yo y viceversa”. Pero no nos preocupemos, porque entonces en ese momento la máquina acabaría de meterse en problemas.
Mientras, no sólo miremos al futuro, ni hacia Arriba. Miremos hacia adentro de nosotros. De allí es de donde vienen los tiros.
Humberto Chacín Fuenmayor/Opinión