Desde que inició la liberación femenina en Venezuela, en el año 1918, las mujeres de clase media y trabajadora se unieron, no sólo para luchar al igual que los hombres, contra la dictadura del entonces presidente Juan Vicente Gómez, sino que dieron los primeros pasos para hacer valer sus derechos, trabajo y producción, con el fin de incorporarse al aparato económico del país.
En estas luchas por ser reconocidas en todos los procesos sociales, educativos y económicos del país, jugaron papel importante las mujeres de diferentes pueblos indígenas. Trabajadoras y lideresas en sus hogares y capaces de producir con su trabajo los recursos para el sustento familiar.
La mujer indígena es reconocida por su participación activa en la agricultura, cría de ganado, elaboración de artesanía, de calzado, ropa, sombreros, chinchorros (hamacas), incluso utensilios para el hogar, entre otros productos de importancia para uso en el hogar.
Hoy en día, la incorporación de la mujer indígena al aparato productivo del país es un hecho. Los avances académicos les han permitido formar parte de los diferentes espacios laborales, como mano de obra para brindar servicios generales, así como profesionales técnicas y universitarias.
Sin embargo, se ha dejado casi en el olvido los resultados de su productividad, importantes para incorporarlas al aparato productivo y económico; que generen ganancias a ellas por participar con su creatividad y mano de obra selecta, y, a su vez, forme parte de la cadena de comercialización del país y más allá de nuestras fronteras. Se han dado casos, pero muy pocos. Incluso, se ha utilizado su productividad para generar grandes ganancias a quienes les compran a precios muy bajos y comercializan a costos muy elevados.
Por estas razones, sigue siendo muy importante organizar programas de capacitación para darles poder en sus producciones, para organizar sus propios proyectos productivos y microempresas sociales que aporten al desarrollo local, regional, nacional e internacional.
Se recomienda organizar facilitadores o formadores encargados de capacitarlas, previa promoción para explicarles la importancia de su papel en la economía productiva del país. Seguidamente facilitarles los medios para organizarse y recibir entrenamiento.
Al entrar en un proceso para darles verdadero poder, empiezan a darse cuenta de sus opciones y capacidad de tomar decisiones, valoran su tiempo y reconocen su autonomía.
Al organizarse para trabajar en grupos productivos o emprender microempresas sociales, las mujeres empiezan a desarrollar relaciones dentro del grupo y con actores externos, como son proveedores, gobierno y organizaciones que pueden aportar microcréditos para desarrollar sus proyectos, producir bienes y/o servicios financieramente sustentables.
También es importante, que los facilitadores vayan a las comunidades, a las escuelas, a capacitar a las personas de la comunidad, para que inicien proyectos autosustentables que perduren en el tiempo que les permitan tener ganancias, utilidad y desarrollar la economía.
Entre las prioridades, involucrar a los grupos menos favorecidos, a las mujeres indígenas, activas en sus hogares y con capacidades para proyectarse con sus conocimientos hacia el mercado productivo; ayudarlas a insertarse en el mercado laboral, incluso desde sus propios hogares, iniciando negocios nuevos con pocos recursos pero que pueden resultar exitosos, rendir grandes resultados, grandes ganancias, debido a la capacitación que las ha preparado para involucrarse en el entorno económico relacionado con su quehacer. El éxito en este tipo de emprendimiento ya está demostrado.
Mgs. Karelis León