Nuevas tendencias de autoayuda y psicología abundan en las redes sociales sobre el manejo de las emociones. El porqué y el para qué del miedo, la rabia, el amor o el desamor, y muchas más expresiones del sentir humano son temas cotidianos que antes pasaban por debajo de la mesa. Sin embargo, hay una emoción que sigue desapercibida en el imaginario colectivo… Poco se habla de esta, y de la necesidad de volver a sentirla para regularse y ponerse (no colocarse, por favor), en el lugar de los otros: La vergüenza.
Hablar de la vergüenza es oportuno hoy, cuando el periodismo se enorgullece de existir en una sociedad mundial que lo valora cada día menos como carrera universitaria, o como “el mejor oficio del mundo”, como lo definió Gabriel García Márquez, y lo aprecia más como moda, con todo lo que ese concepto conlleva. La vergüenza guía y seguirá guiando a quienes elijan ejercer un periodismo que piense dos veces antes de emitir un mensaje. A ustedes, quienes se niegan a improvisar y a mentir, a ustedes, insignes colegas, toda la admiración de esta servidora.
Vergüenza anticipada; eso es lo que se necesita para formarse en el arte de escribir o hablar como se debe, y enseñar a las nuevas generaciones cómo hacerlo. Hay que sentirla antes, porque si esa emoción tan necesaria llega después de dañar, tergiversar o mal hablar, no servirá para nada.
Qué pena no consultar más de una fuente ante una situación, aunque la fuente se niegue a dar información; qué pena juzgar a otros solo porque se tiene un espacio en un medio de difusión, qué pena chantajear y lucrarse enarbolando la bandera del periodismo que encaminó Simón Bolívar hacia la libertad y la dignidad.
La labor de muchos avergonzados de hoy merece un aplauso sincero y todo el respeto de los colegas y la sociedad. Feliz día a quienes defienden y honran el buen periodismo en Venezuela.