Se cumplen 105 años de la trágica muerte del Dr. José Gregorio Hernández Cisneros. Nació en Isnotú, estado Trujillo, Estados Unidos de Venezuela, el 26 de octubre de 1864. Fue oriundo del medio rural andino, pueblos de arraigadas costumbres vernáculas y estilos de vida tradicionales, apegados al terruño, al trabajo agrícola, la sana convivencia y al respeto mutuo como código de honor.
Egresó como médico de la Universidad Central de Venezuela, UCV, en 1888. Rechazó invitaciones para abrir consultorio en Caracas, prefiriendo regresar a su tierra natal para ejercer la medicina en forma independiente. Recorrió en siete meses diversos caseríos aledaños a Isnotú, antes de regresar a Caracas en 1889, al ser seleccionado para estudiar postgrado en París, debido a su alto rendimiento académico.
Estudió dos años en París y Berlín. A su regreso en 1891, comenzó a ejercer cátedras en la UCV e instaló el primer laboratorio de microbiología en el hospital Vargas de Caracas. Durante el ejercicio de su profesión médica, trabajó al unísono veintiún años como docente en la UCV, desde 1891 hasta 1912, cuando el régimen de Juan Vicente Gómez clausuró la universidad.
En 1908 decidió renunciar a todo cuanto había alcanzado en 17 años de ejercicio profesional, para entregarse al servicio de Dios en un monasterio en Italia. Pero hubo de regresar en 1909, aquejado de una enfermedad que le impidió continuar su vocación religiosa. Diríase que Dios requería al Dr. Hernández aliviando enfermos y formando nuevos espíritus en las aulas universitarias de la convulsa Venezuela.
Retornó en 1909 a sus actividades habituales y en 1912 sorprendió al gremio médico y a la intelectualidad en general, con la publicación de un tratado científico, “Elementos de Filosofía”, donde hizo gala de una excelsa erudición fuera del específico campo de la medicina. El Dr. José Gregorio Hernández nunca incursionó en política. Sus luchas por Venezuela las libró en las aulas de clase, en el laboratorio de investigación, en el consultorio médico, en los lechos de enfermos y ahora en el campo de la pedagogía.
Vivió 36 años inmerso en el siglo XIX, pero fue un hombre nato del siglo XX. Transitó la época más decadente de la historia venezolana durante las cruentas dictaduras de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, y, a la vez, percibió en tiempo real, las vicisitudes que rodearon la Primera Guerra Mundial 1914-1918. Visitó los Estados Unidos y España en 1917.
Fue testigo de los estragos causados por la denomina “Gripe Española” que comenzó en 1918 y causó la muerte a más de 50 millones de personas en todo el mundo. El Dr. José Gregorio Hernández vivió una época de catástrofes mundiales y despotismo en su propio país. Al momento de su muerte, 29 de junio de 1919, el letal virus se había expandido por toda Venezuela y la dictadura se aferraba más y más al poder.
Desde el cierre de la UCV en 1912, dictó clases en instituciones privadas sin recibir paga, hasta 1916, cuando se restablecieron los estudios oficiales de medicina. Viajó a Nueva York y Madrid en 1917 donde cursó estudios de especialización. Regreso a Venezuela en 1918, año inicial de la pandemia “Gripe Española”, pero no integró la Junta de Socorro Central presidida por el médico Luis Razetti (1862-1932). En 1919 lo alcanzó la muerte trágicamente, en las apacibles calles caraqueñas, a edad de 54 años.
El Dr. José Gregorio Hernández edificó un estilo de vida inclinado al conocimiento, la escritura, el misticismo y la oración. Su vida social fuera de la academia, la consulta y la investigación, se desenvolvió en forma modesta y transparente, en el ambiente de los círculos intelectuales. Las orientaciones rectoras de su filosofía le llevaron también a ejecutar el piano, el violín, dominar al menos cuatro idiomas, publicar artículos científicos en la revista “El Cojo Ilustrado”, incursionar en el campo literario con énfasis en la narrativa, y practicar la fe católica con entrega y devoción.
A juzgar por su intensa actividad intelectual, su vida privada se infiere austera, de absoluta entrega a la lectura, meditación, reflexión, escritura y oración. No pudo unirse al servicio de Dios en un monasterio, como fue su gran deseo, a pesar de haberlo intentado con decidida convicción al menos dos veces, en 1908 y 1913. Aun así, su vida fue la de un Santo, encaminada hacia la luz y la pureza. Un auténtico Siervo de Dios.