Por Alexis Blanco
La sorprendente obra pictórica de Alonzo Morales comienza a ser reconocida en distintas partes del mundo, gracias a una portentosa cualidad técnica y emotiva, reflejo de su tenaz voluntad creadora. Incansable trabajador de la pintura que, gracias a la providencia conceptual presente en las redes sociales, ha comenzado a capitalizar su propio proceso, poseído de la gracia inextricable que caracteriza a los genios del oficio plástico. Los dinosaurios no exageramos cuando decimos “¡Epa, esto es bueno!”.
Júbilo y regocijo sintió en su corazón el niño llamado Alonzo cuando su padre, el fotógrafo Ernesto Morales, lo llevaba junto a él a sus excursiones profesionales por, imagínenlo ahora, la Sierra de Perijá. Sientan, por favor, esa imberbe mirada poseída por el verdor del follaje, por la magia lumínica que destella entre el juego lúdico de la luz salvaje, entre la sierpe de agua que humedece las rocas y les confiere esa mohosa textura azul-verdosa, en la tesitura de las hojas de envés poseído por la luminiscencia del bosque alucinante.
Yo pienso que estoy presentando hoy, mediante este texto que recién publica Noticia al Día, al acontecimiento artístico más importante que he experimentado en lo que va de año: Maracaibo tiene que conocer la obra de este artista natural, inspirado en motivaciones de perfil ecologista, poseído del don del dibujo, desarrollado por él de manera autodidacta, pero finamente alentado por quienes, al ver sus obras, a través de su página de Instagram, de inmediato desean alentarlo, apoyarlo y estimularlo. Hagan ustedes, bienamados lectores, la prueba: indaguen a través de alonzoart_83 y verificarán este gratísimo asombro que el corazón hecho oficio, ahora me anima.
El noble colega cómplice Gustavo Bauer fue a visitar a su hermano de media vida, Ernesto, y entonces descubrió la abrumadora sencillez y bonhomía de Alonzo, quien, a sus 39 años, decidió asumir su pintura con una pasión que a diario entrena en su minúsculo taller de la urbanización Lago Azul, en Maracaibo. Graduado en Artes en la Universidad Cecilio Acosta, grado académico que, por instantes, queda de lado ante la perturbadora naturaleza inédita de su trabajo, riguroso y tenaz, en el que invierte ocho o diez horas de cada día.
Con Gustavo estuve ayer en ese espacio donde tres de sus cuadros nos colocaron de inmediato en ambiente. En honor de su padre citaré ahora a un gran ecologista, Simón Bolívar, quien perfila un bosquejo de este gran artista de árboles portentosos: “Si al que no tiene tiempo para mirar las nubes que vuelan sobre su cabeza, las hojas que el viento agita, el agua que corre en el arroyo y las plantas que crecen en sus orillas, le dijera yo, que la vida es triste y me tendría por un loco”.
Alonzo Morales Bravo declara su principio, su chispa creadora: “Dibujo con ese mismo sentido que, imagino, tenía aquel señor, Carl Linneo, quien orientó a Alejandro de Humboldt y a Aimé Bonpland, desde sus expediciones por estos enceguecedores trópicos del planeta. Ellos eran dibujantes de filigranas: hojas con sus nervaduras, la veta de los troncos o las líneas caprichosas del sol infiltrando copos y riachuelos".
“Soy un pintor selvático, pero también paisajístico, a mi manera. Comprendo que no en el estilo de maestros como Manuel Cabré, sino desde mi modesto empeño en reconocerme a través de cada uno de mis cuadros. Admito que no soy muy conocido todavía aquí en mi ciudad o en mi país, pero gracias a las redes sociales mantengo contacto con muchos otros artistas y coleccionistas de distintas partes del mundo. Tampoco apremia el no vender mis obras acá, porque por fortuna he logrado vender mis cuadros en Estados Unidos, Brasil, Puerto Rico o República Dominicana”, testimonia Alonzo, con una humildad que te empaña los lentes y que se sustenta en la grandilocuencia de cada cuadro suyo. El descubrimiento, ¿me entendéis? Además, el hijo de un ser extraordinario, a quien la frase “integridad militante”, lo define.
Con una lúcida seguridad que también concita el asombro, Alonzo Morales Bravo intenta explicar lo que ahora es su vida constante y plena: “Por lo general invierto unos cuatro meses en la elaboración de cada obra. Soy muy meticuloso. Maestros que me aconsejan han resultado muy importantes para mí, como por ejemplo Pedro Piña, Luis Cuevas o el inolvidable José Gregorio Gotopo, quien siempre tuvo para mí inolvidables palabras de estímulo y aliento. A través de ellos adquirí conciencia de que cada cuadro es una técnica distinta y que el óleo es una ciencia que necesita mucha paciencia y sacrificio para lograr lo que quiero”.
Hay otras variables que impresionan, además de la concreción sensorial de su obra. Ël maneja muy bien los postulados, principios y preceptos del oficio plástico: en cada cuadro hay una composición increíble, suerte de pieza arquitectónica que por momentos desborda el formato; iluminada con un rigor magistral; con una pasión contagiante que plena de detalles el paisaje que te atrapa, capcioso y definitivo.
Contemplar las obras de Alonzo Morales instigan un sentimiento especial. Acostumbrado a presenciar el proceso de trabajo de la mayoría de los artistas jóvenes de esta comarca, este periodista ya muy viejo recuerda ese libro trascendental, titulado Arte y Ecología ahora, de la editorial inglesa Thames y Hudson, donde “se recopila y examina en un mismo tomo la obra de autores conscientes del desafío medioambiental, de la importancia primordial de la sostenibilidad y de la preservación. Con más de 95 nombres entre los que también hay colectivos, el libro clasifica por capítulos diferentes formas de compromiso…”.
Compromiso vital, muy humano, prevalece en la incipiente obra de Alonzo Morales, quien con seguridad trasciende los meros tópicos del hiperrealismo, del paisajismo, la figuración y todos esos “ismos” que han caracterizado al arte pictórico, hasta ofrecernos una versión muy personal, enrolada dentro de esa tendencia ecológica que toma como motivos o escenarios la devastación que se avizora con el cambio climático y la autodepredación del orbe por parte de la raza humana contemporánea.
Su leit-motiv bien podría estar vinculado con ese último árbol, el último río, el estertor de la tierra, etcétera. Son obras inspiradas en paisajes totalmente vírgenes, donde muy pocos seres humanos han ido. “Dios habita en los árboles de la Tierra”, dice, al tiempo que refiere también el clamor de sabios como, por ejemplo, Albert Einstein. “Contra la contaminación y el calentamiento global”, reitera, como una letanía que lo abrumare y ante la cual pinta en procura de “paz y belleza, de ayudar a la Pachamama a parir conciencia… Es mi granito de arena. Soy muy feliz pintando. No quiero meterme en asuntos políticos con mi arte. El que pueda sentir tendrá que abobarse a mirar. Para poder leer el resultado de mi diálogo constante con el cuadro mismo”.
Desde el gabinete de la memoria aparece (siempre él y Octavio Paz son como mis gurúes para estos efectos), Alejo Carpentier en El Reino de este mundo: “Llego a preguntarme a veces si las formas superiores de la emoción estética no consistirán, simplemente, en un supremo entendimiento de lo creado. Un día, los hombres descubrirán un alfabeto en los ojos de las calcedonias, en los pardos terciopelos de la falena, y entonces se sabrá con asombro que cada caracol manchado era, desde siempre, un poema (…) Remontando el Orinoco, digo, y entrando ya en la zona amazónica, me di cuenta que América es uno de los pocos lugares del mundo donde el hombre del siglo XX, puede convivir con el hombre que corresponde a la era del paleolítico o del neolítico en la historia humana.”. ¿Entienden ahora por qué la obra de Alonzo Morales es, desde ella misma, un auspicioso gran descubrimiento? Indaguen. Instagram los espera. Y el artista también. Salud..!
Foto: Gustavo Baüer
Foto: Gustavo Baüer
Alexis Blanco
Fotos: Gustavo Baüer.