Hace 213 años, el 19 de abril de 1810, en las puertas de la Catedral de Caracas y bajo los balcones de la Casa Consistorial, se formó una aglomeración de personas de la que se dijo, representaban al “pueblo”, según consta en el Acta de la sesión del Ayuntamiento de ese día. Se reunieron allí para hacer uso de sus derechos naturales o Soberanía, circunstancia que les permitió justificar el nombramiento de nuevos diputados e incorporarlos al Ilustre Ayuntamiento, forzando la renuncia del gobernador y Capitán General de Venezuela, Vicente Emparan.
Sus argumentos estaban fundados sobre convicciones que consideraban al Capitán General y las autoridades que lo secundaban, como funcionarios ilegítimos, porque no dependían, según ellos, de autoridad superior alguna, en vista de la disolución de la Junta Central de Sevilla (España) que representaba al rey Fernando VII, cautivo desde 1808 por los franceses. Y porque juzgaban al Consejo de Regencia instalado en Cádiz en enero de 1810, que sustituyó a la Junta de Sevilla, como un organismo írrito, sin legitimidad, por no derivar de la soberanía de los pueblos. En consideración a ello, las autoridades que representaban al rey en Tierra Firme, carecían de legitimidad y era menester asumir la soberanía originaria de los pueblos.
La sesión del 19 de abril no fue convocada por el Capitán General como correspondía, sino por algunos conjurados, quienes aparentemente se encargaron con antelación, de convocar a los habitantes de Caracas afectos a sus ideales o aspiraciones, a concentrarse muy temprano en la mañana de aquel Jueves Santo, en los alrededores del Cabildo y en la Plaza Mayor. Se ha afirmado y se ha negado, que fue una concentración espontánea. Pero según lo sucedido ese día, ya todo estaba planificado, instruidas las personas congregadas en el sitio, para que emitiesen gritos de agitación, solicitando ¡cabildo!, paras dirimir el asunto de la disolución de la junta de Sevilla. Y luego, para que nombrasen “diputados del pueblo” provenientes de esa misma reunión de personas que, según lo emitieron en el Acta, representaban la soberanía del pueblo por derecho natural.
En tal sentido, se declararon autónomos. Se abrogaron el derecho de elegir una forma de gobierno libre que les permitiera abordar la urgente tarea de atender la situación de “orfandad” en que se encontraba el pueblo debido a la invasión de los franceses a España y, a la vez, para reconocer la soberanía del rey. Es decir, serán autónomos para “…erigir en el seno mismo de estos países un sistema de gobierno que supla las enunciadas faltas, ejerciendo los derechos de la soberanía, que por el mismo hecho ha recaído en el pueblo, conforme a los mismos principios de la sabia Constitución primitiva de España…” Esto se concretaría en la erección de una “Junta Protectora y Conservadora de los derechos del rey Fernando VII”, presidida por el mismo Capitán General, Vicente Emparan.
Pero no darán un salto al vacío. No estaba en el ánimo ni en las intenciones de los más radicales, que ese nuevo gobierno lo dirigiera el gobernador en ejercicio, lo cual dejaría las cosas casi en el mismo punto, en el caso de que el Capitán General aceptase lo que puede considerarse como un exabrupto jurídico carente de toda legitimidad. En las deliberaciones iniciales no se llegaron a acuerdos y el Capitán General dio por cerrada la sesión y abandonó el recinto.
Acto seguido, vino la jugada maestra de los conjurados. El Ayuntamiento, tal cual estaba constituido, no iba a llegar a acuerdos consensuados y es donde se apela a la multitud aglomerada frente a la sede municipal, a la cual le reconocieron la potestad de actuar en nombre de la soberanía de los pueblos, con tan sólo la excitación de sus gritos y aclamaciones. De esa misma multitud surgieron los nuevos miembros del Concejo, para obligar a Emparan regresar al cabildo.
El acto quedó consumado. Se subvierte la constitución del Ayuntamiento con la incorporación de nuevos diputados mediante un procedimiento írrito pero no improvisado. El “diputado” José Cortés de Madariaga disertó acerca de la nueva situación, hecho que precipitó la renuncia del Capitán General provocando un vacío de poder que de inmediato fue subsanado por los cabildantes, conformando una Junta Suprema que, es de observar, no queda mencionada como tal en ese documento sino como “Ilustre Ayuntamiento”. La “renuncia” del Capitán General sirvió para destituir al resto de los funcionarios peninsulares y conformar un gobierno cuya legitimidad reposó en los gritos y aclamaciones de la multitud concentrada a las afueras de la Casa Consistorial.
Los miembros del Ayuntamiento tomaron las riendas del gobierno en todo lo que atañe a seguridad, administración y Ley de Policía. Era necesario entonces, evitar las disensiones y contar con una mayoría de votos para tomar las trascendentales medidas que condujeron a la creación del primer congreso venezolano. En tal sentido, los “diputados del pueblo” Don José Cortés de Madariaga, Don Francisco José de Rivas, Don José Félix Sosa y Don Juan Germán Roscio, no fueron los únicos incorporados extraídos de la multitud a las afuera del Ayuntamiento. También fueron nombrados el teniente de caballería Don Gabriel de Ponte, Don José Félix Ribas y el teniente retirado Don Francisco Javier Uztáriz. El acta del 19 de abril de 1810 fue firmada por todos los miembros del Ayuntamiento, incluyendo al renunciante Capitán General. La aglomeración de personas ese día dio origen a una verdadera revolución.
La Junta Suprema de 1810 funcionó hasta el 2 de marzo de 1811. Delegó sus funciones en el primer Congreso de Venezuela que se instaló ese día con 43 diputados elegidos mediante convocatoria a elecciones libres y soberanas. Ese primer Congreso venezolano también se instaló en nombre del rey, es decir, sus diputados juraron fidelidad al rey de España como sus fieles súbditos. Solo que el 5 de julio, a 4 meses y 3 días de haberse instalado, el Congreso declaró solemnemente la Independencia (era sábado) y el lunes 7 comenzó la firma del Acta de Independencia por los diputados. La Constitución de 1811 se promulgó en diciembre, cuando la guerra ya había comenzado.