Las señales de Patricia
Once y cincuenta de la noche. Patricia Paz tomaba unas cervezas en el Bowling Pin Zulia donde la llevaba su padre desde el año 1963 cuando fue inaugurado. Jugar no le interesaba en ese momento, tomaba con amigos, entre ellos, Joaquín Carrero, joven apuesto, de familia estimada. Tenía boleto para el vuelo 742 de Viasa rumbo a Miami, debía estar en Grano de Oro a las 11.30 am.
– Vamos, Joaquín, seguimos estas birras en mi apartamento, dijo acercando la boca al oído del joven. Salieron divertidos. Al entrar en el apartamento 6A, Patricia lo estrelló contra la puerta besándolo urgida, Joaquín le correspondió al desespero, desabotonó el pantalón que cayó a sus pies, metió la mano entre sus muslos, la palpó donde se hacía lava.
– ¡Dios, Dios!, gime Patricia. Joaquín la lleva clavada en la cintura a la cama. La toma con frenesí. Se quedan dormidos.
– Estuvo super, pero, vístete y vete, dijo Patricia cuando eran las 2.00 am. No me gusta despertar con amores pasajeros. Joaquín se marchó cuidando no hacer ruido.
Patricia despertó pasadas las 8.00 am.
– Pavosos, al encender el televisor alguien dijo “¿por qué se caen los aviones?”, lo apagó
– Coñoelamadre, el café se le desbordó al hervir.
– ¡Mierda!, se quemaron las arepas, echaron humo.
– ¿Y ahora dónde están las putas llaves?, recogía la ropa en la sala, la ponía en el cesto, buscó en las repisas, mesas, potes de la cocina, al rato las encontró en el cenicero donde juraba que había buscado sin verlas.
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Por fin, pudo ir a la casa de su madre a despedirse. Saliendo vio un avión de juguete sin un ala en el pasillo. El ascensor se abrió y se cerró tres veces, en última le atravesó la maleta, la puerta golpeteó y abrió. El aparato del piso a planta baja hizo movimientos extraños, como paradas bruscas e intentos de abrir la puerta.
Vaya día, coño, molesta en dirección al carro, un Volkswagen rojo. En casa de su madre su sobrino juega con un avioncito de papel. Patricia lo ve elevarse y caer en picada sobre la gata Giorgina que se espanta.
Me voy mami, debo estar a las 11.30 en el aeropuerto. Una electricidad le corría de la vagina a las piernas.
– Ay Joaquín me dejaste electrocutada, pensó
Pasando frente a la casa de la tía se apagó el carro. No hubo manera de que volviera a encender.
– Tía voy a dejarle el carro aquí porque salgo de viaje. Me lo cuida. Camina media cuadra para esperar un por puesto. No pasa un alma. Se devuelve.
– ¿Tía me puede llamar un taxi?
– Si, sobrina. Va, llama, en 10 minutos viene, dice la tía. Los minutos corren.
– Vaina no puedo perder ese avión, se come las uñas. El taxi llega retardado.
– Rapidito a Grano de Oro
– Entendido, sale de prisa. Toma la C-2, a la altura de El Pescadito, el auto tose, se apaga. El conductor toma el hombrillo.
– ¿Y ahora qué pasó?, Patricia angustiada.
– No se preocupe, haremos trasbordo. Chofer llama por la radio. Central un 25 para la 2, frente al Pescadito.
– En la urbanización La Paz, dejo un guaramito y voy al 34, responden.
– Oka, dice. Van para las 11.30 hora en la cual debe estar en la terminal aérea. El segundo taxi llega.
– Urgente a Grano de Oro, señor, Patricia sobresaltada.
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– Como ordene, joven, responde un chofer mayor con bigotes. En la esquina de Amparo el tránsito se ha detenido por un accidente menor.
– Perderé el avión, coñoelamadre, Patricia exaltada.
– Cálmese muchacha, no lo perderá, ya nos vamos a mover. Reinician la marcha lentamente. Llegan a Grano de Oro.
– No se meta al estacionamiento, déjeme por aquí, se baja, cruza la avenida, sube la acera, pierde el tacón del zapato derecho que tropieza con una losa saliente.
– ¡Vergación!, dice. Se quita el zapato izquierdo, golpea contra el brocal, le desprende el tacón, entonces empareja el paso. Un golpe de aire frío en la cara. Va la taquilla, muestra el boleto.
– Creo que ese vuelo va saliendo, le dice un chico, déjeme ver. El capitán Emiliano Savelly con el primer oficial José Gregorio Silva pasan frente en dirección a la salida. Tiene suerte, el avión sale retrasado, allí van los pilotos.
– ¡Gracias a Dios”, Patricia suelta una bocanada de aire, va hacia la salida de vuelos internacionales, caminando de manera descompuesta.
– ¿Para dónde va, señorita?, Romer Añez, Guardia Nacional, se interpone en su camino.
– ¡Lo que faltaba!, dice
– Más respeto, señorita.
– Voy de prisa, Cabo
– Sargento
– Ok, sargento, coronel, general …lo que sea. Debo embarcarme en el vuelo que va a salir ahorita.
Joaquín Carrero compró un ramo de rosas, quería despedir a Patricia, decirle que estaba enamorado de ella, que no era cosa de una noche de sexo, que soñaba envejecer con ella. Entra a la sala de recepción. Pregunta en los despachos.
– ¿El vuelo a Miami ya salió?
– Va despegando por la pista 6 en este momento. Joaquín se entristece. Con el bouquet va al balconcito. Una familia se hace fotos. El avió toma la pista. No levanta vuelo. Sucede la desgracia, la columna de humo se levanta. La desesperación, el caos se apodera del aeropuerto.
– Patricia, Patricia, dice y se le cae el ramo de rosas. Mira el cubículo de la anunciadora. Zore no está.
– Cayó en La Trinidad, dicen. Corre desesperado al lugar del siniestro.
En el comedor de la La Universidad del Zulia, el estudiante Jaime Villareal, junto con otros escuchan en la radio que ha caído un avión en La Trinidad, ven que es cerca, se dirigen al lugar. Había policías cercando el perímetro. Jaime Villareal tiene la astucia de circundar para entrar a la zona del desastre por un costado.
-¡Oh por Dios!, horrorizado al ver entre las ramas de un árbol de cují la pierna de uno de los pasajeros. Se acercan a los bomberos, dan aviso de lo que sus ojos han visto.
– ¿Quiénes son ustedes?, pregunta agitado quien coordina los grupos de rescate.
– Somos estudiantes de LUZ, responde Jaime
– Busquen guantes y nos ayudan con el rescate de los cadáveres. Entre los jóvenes está Ramírez. Se suman a las labores. Recuperan los restos de Antonio Herrera, propietario del equipo Cardenales de Lara, su hijo y de Carlos Santeliz, pelotero del equipo Cardenales de Lara.
Un día terrible. Ramírez va a su casa para saber cómo están todos. El combustible había caído sobre su vivienda.
– Todos están muertos, le dijo un rescatista, desencarnado al ver que era uno de ellos, sin saber, que esa era su casa, que allí vivía con sus padres.
Sin poder avanzar al centro de donde había restos del avión, Joaquín preguntó a quien podía tener información sobre los pasajeros, si sabían de Patricia Paz.
– No hubo sobrevivientes en el avión, señor, dijo un rescatista. Hemos trasladado lesionados al Hospital casi todos quemados en tierra.
– ¿A cuál hospital?
– Al Universitario que está aquí cerquita.
– Ese es mi avión, es usted un ser despreciable, Patricia le reprocha al Guardia Romer Añez, ambos ven la nave tragándose la pista, elevarse un poco, girar, perder un ala, explotar y caer.
– ¡Coño, coño, coñoonooo!, el Guardia.
– Dios santo, Patricia se echa en los brazos del Guardia, me ha salvado la vida.
Grano de Oro era un tumulto. Patricia corrió al baño a echarse agua en la cara, respirar hondo, llorar. Romer Añez se dirigió a recepción, subió un peldaño de la escalera.
– Nadie se mueva de donde está, gritó, silencio. Se paralizan. Mujeres sollozan. Quienes van a salir se retiran uno tras otros, los que se quedan a sus asientos. Dominada la situación, partió en un jeep con dos guardias al lugar donde la nave se había precipitado. Joaquín, hábilmente, le siguió en su auto, entrando al área. Los policías que mantenían resguardado el perímetro le permitieron entrar creyendo que era un funcionario de jerarquía.
La nariz del DC-9-32 se estrelló primero en la casa de Rafael Bernal, un hombre bondadoso, con apenas un mes residenciado allí pagando un alquiler módico. Allí murió carbonizada su esposa. Años después recordaría para un programa de televisión que allí encontró parte del vestido que su mujer llevaba puesto.
– Me enteré por Panorama donde sacaron la foto de cómo murió mi esposa, se entristece, la voz se le anuda en la garganta.
9
El secuestro
– ¿Pa´ dónde llevan eso?, preguntó José Miguel desde el mostrador de la bodega con su acostumbrada curiosidad.
– Al botadero, respondió un sujeto mal encarado mientras el otro, empujaba una carretilla con unas palmas, hojas de uña e’danta y arbustos.
– Pero, el botadero es pa’ allá, explicó José Miguel contrariado.
– Pues deje de averiguar lo que no le conviene y atienda su tienda.
Al ganadero, Germán Gil, dueño de la finca Dos Ríos, se lo llevaron del portón de su casa en la urbanización Los Olivos. Canacho y La Víbora, dos hampones desalmados lo sometieron a punta de pistola. En tres días estaba en un cambuche en algún lugar de Laberinto, camino a la frontera.
Olinto Grey, jefe de la Delegación, se puso a la cabeza del plagio del ganadero. Había que esperar 48 horas para determinar su desaparición en rumbo desconocido y, lo más importante, esperar el contacto de los secuestradores y la solicitud por la liberación. Eso se produjo al tercer día.
En la casa del secuestrado se había destacado una comisión de técnicos especialistas en telecomunicaciones y rastreo de llamadas.
Cuando había cambio de guardia o asignación de labores en la residencia del plagiado los funcionarios se peleaban por ir. Eso lo notó, Olinto Grey, pensó que era por las comidas, los refrescos y atenciones de la familia, el detective Campos Lozano, se encargó de explicarle a qué se debía.
– Jefe no es por los juguitos que se matan por ir pa’ allá
– ¿Y entonces?
– Es por la mujer del tipo, Jefe, esa Lucrecia está rebuenísima.
– ¿Muy bella?
– ¡Bella!, bella es poco, es una monstrua, jefe. Es que tiene que ir a conocerla. Esta tipa vuelve loco a uno con una vaina en la mirada, en la voz. Me va a perdonar jefe, pero, cuando habla se siente como si fuera a acabar.
– ¡Coño, Campitos!, mañana vamos a conocer a ese engendro del pecado.
– Pasen adelante, dijo Romelia, una india de la casta Epiayú quien desde los 11 años trabajaba como doméstica en casa de Germán Gil. Les invitó a sentarse en unos confortables muebles que eran mullidos. Había una fragancia a canela. ¿Les traigo algo de tomar mientras esperan a la señora Lucre?
– Un café para mi está bien, dijo Olinto Grey.
– A mi me trae un juguito de melón, señora, solicitó Campos Lozano.
Tomaban sus bebidas cuando apareció la señora en traje amarillo manga sisa, a media pierna, mostraba unos muslos contorneados como tallados en piedra por un finísimo escultor, el cabello profundamente negro, fragante a frutillas, a hiervas, el arco de las cejas enmarcando unos ojos pardos inmensos, labios encarnados y tiernos.
– Disculpen les haya hecho esperar, dijo con una voz melindrosa. Olinto Grey la miró a los ojos, ella sostuvo el látigo de una mirada que la escudriñaba, el policía abrió, ligeramente, los labios. “Es mío”, dijo Lucrecia para su interior. Tras el saludo de rigor, la mujer tomó asiento.
– ¿Algún contacto de los secuestradores?, preguntó algo que ya sabía, Grey para romper el hielo, obligando la mirada dirigirse al rostro, no bajar a las piernas donde la mujer posaba sus manos para ocultar el pequeño túnel que dejaba el vestido entre sus muslos. Con una gracia premeditada cruzó la pierna derecha sobre la izquierda dejando ver la cara del muslo al que le fue imposible mirar concupiscente, Olinto Grey. Campos Lozano percibió el hechizo que Lucrecia ejercía sobre su jefe.
– Permiso, dijo y se retiró a fumar un Vicerroy afuera. La mujer tenía al jefe policial exclusivo para ella, entonces, desamarró la pierna derecha de la izquierda, dejándolas algo separadas se cercioró que, Olinto Grey, estuviera embobado, aturdido en sus redes y levantó la mano para dejar despejado aquella hendija donde Grey pudo descubrir que no llevaba ropa interior.
– Bueno señora, Lucrecia, es todo por hoy, Olinto Grey, se levantó disimulando una erección de mil demonios. Lucrecia sonreída.
– Podemos volver a vernos cuando quiera, dijo la mujer
– El el..el miércoles, señora.
– Le tendré preparado algo rico de comer
– No será aquí, señora, será en la comisaria a las 10.00 en punto de la mañana. Yo le brindaré un café.
– ¿Me va a meter presa, comisario?, dice acercándose de manera que el aliento envuelva al interlocutor.
– De ninguna manera, aunque con usted atarla a uno siempre será una tentación.
– Que galante, comisario. Allí estaré, y, por favor… no deje de buscar a mi esposo, esta casa se vuelve nada sin él.
Campos Lozano estableció contacto con los secuestradores. Había recibido por vías de los bajos mundos, del hampa dos pruebas de vida: una fotografía de Germán Gil en un lugar montañoso sosteniendo el Panorama con fecha del día y la segunda, en un ambiente similar tocándose con el dedo índice la nariz, según, el pedido.
Olinto Grey le sugirió buscar expertos en agronomía o botánica para pedirles el peritaje de las imágenes. Hallaron al profesor de la Facultad de Agronomía, Emiro Torres.
– Mire, inspector…
– Detective, profesor
– Ok, detective, la primera fotografía es interesante. La vegetación es conocida: monocotiledóneas, la única familia del orden Arecales, o sea, palmeras; Philodendronpinnatifidum, uña de danta criollo; Filicopsida, Pterophyta, Filicinae o Polypodiophyta.
– ¡Mierda qué es eso!
– Helechos detective. Pero, mire al fondo se nota un sembradío de Psidium.
– ¡¿De qué?!
– Guayabas. Este señor debía estar en un lugar de Mara o por Laberinto.
– ¿Y la segunda fotografía, profe?
– A no, esos son arbolitos de materos, por eso le dije que debía estar, porque según deduzco, lo llevaron al monte y, después lo trasladaron a un lugar donde prepararon un escenario burdo.
Campos Lozano y Olinto Grey le dieron vueltas al asunto de las fotografías.
– Esto debe servirnos para algo, dijo Campos
– Así es, pero, deberíamos tener autorización de la señora.
– No faltaba más. Hacemos unas copias, yo se las llevo a los amigos de la prensa mientras usted conversa con la doñita y se las muestra, total salen al otro día.
– Me gusta la idea, actúa de esa manera, a la señora la cité para mañana.
Después de haber deseado ser un investigador de la Judicial, José Miguel, era un bodeguero viudo con dos hijas. Leía novelas policíacas, veía películas de detectives. Era un admirador de la señora Agatha Christie. Por eso analizaba con cuidado las situaciones, como por ejemplo:
– ¿Esos dos tipos qué pensaban hacer con esas matas? ¿Si son dos por qué siempre me piden tres jugos?¿Si no trabajan de qué viven?, eso meditaba.
Decidió ponerles más atención.
Lucrecia llegó puntual a la sede de la judicial. De entrada dejó a los detectives en la Jefatura de Comando con la boca abierta. Un vestido negro ajustado.
– ¿El señor comisario, Olinto Grey, está?, dijo en la recepción.
– Espere un momento, el funcionario llama por la extensión. Oriana dígale al comisario que le busca la señora, Lucrecia.
– No le he dicho mi nombre ¿me conoce usted?, Lucrecia extrañada.
– La conocemos, señora, pícaro el policía, por la prensa, digo. Pase adelante, tercer piso.
Abrió la puerta, Olinto Grey, hablaba por teléfono, estaba de espaldas, ella quedó a unos pasos entre el escritorio y la puerta.
– Pasa el botón, Olinto Grey señaló la puerta. Ella la cerró.
– Vamos a conversar o a terminar lo que empezamos, dijo con voz insinuante. Olinto Grey se levantó, fue hacia ella, en el cinto una 9 milímetros Prieto Beretta, la sujeta por la cintura, ella acaricia la espalda, baja delicadamente su mano derecha, echa mano de la pistola, el comisario se sorprende, descarga el arma con destreza, saca la bala de la cámara y el peine.
– ¿Dónde aprendiste eso?
– Mi padre, quería un varón, me tocó serlo… Se recostó al escritorio, bajó la pantaleta negra de encajes, la dejó caer al suelo, la pistola la deslizó libinidosa entre sus muslos hasta introducir el cañón en la vagina, luego, puso el arma sobre el escritorio y la pantaleta en la punta de una lanza de una escultura de un Quijote sobre Rocinante de pisapapel.
– Ven, vamos a mi habitación, dijo.
– Hoy no, respondió, se marchó con caminar de serpiente.
Olinto Grey olió el cañón de la 9 milítros, lo limpió la prenda, la guardó en la primera gaveta de su escritorio.
– Esta mujer huele a perdición, dijo.
Antes de las 6.00 am llegaban los diarios. José Miguel recibía el atado, compartía un café con el dispensador, se metía en las páginas comenzando por los asuntos políticos, entretenimiento, dejaba para las 10.00 am el cuerpo de sucesos donde de verdad ponía toda su concentración. Soñaba con descubrir alguna pista que ayudara a resolver un caso y eso estaba a punto de suceder.
“El ganadero Germán Gil está vivo”, era el titular destacado sobre la fotografía. José Miguel la observó.
– ¿Dónde he visto esta vaina?, dijo. Buscaba en la mente. ¡Carajo!, exclamo. Estas son las matas que llevaban esos tipos … o sea, tienen a ese secuestrado en mis narices. No dudó en llamar a la Judicial.
– Aló, Cuerpo Técnico Judicial, en qué le podemos servir.
– Soy un ciudadano que quiere ayudar con el secuestro del ganadero Gil.
– Un momento, le comunico con el detective a cargo, la centralista dirigió la llamada a Campos Lozano
– Diga
– Mire inspector…
– Detective
– Ok, detective, tengo el 90 por ciento de seguridad de que el ganadero que buscan está en esta dirección… y colgó.
Tocó el timbre, Romelia le invitó a pasar como si le esperara. Tomó asiento en un sofá provisto de almohadones satinados. Lucrecia le saludó con un café. Llevaba ropa ligera. Una blusa donde despuntaban sus pezones.
– Voy a comprar algunas cosas en el mercado, señora, tardaré como dos horas, dijo Romelia, salió, apenas se escuchó la puerta cerrar, Lucrecia se lanzó en horcajadas sobre Olinto Grey, lo devoró en besos.
– Su marido está vivo, dijo, entre las caricias, le mostró las fotografías, esto saldrá en la prensa.
– Mientras Germán aparece cálmame, sofócame, soy una mujer de necesidades urgentes.
– Como usted ordene, señora, Olinto Grey, retoma las acciones, la posee con desmesura. A partir de allí, Lucrecia perturbará sus pensamientos, llenará su vida de angustias y satisfacciones en iguales y justas medidas.
10
La Peña de Hored
Desde el rincón donde lo tenían atado, Germán Gil, escuchaba por las noches las canciones cristianas y los sermones del templo pentecostal, la Peña de Horeb. Había mensajes que parecían estar dirigidos a él para reconfortarle, aunque, algunos le atemorizaban como la noche cuando el predicador dijo:
– El final está cerca. Sonará la última trompeta. El pecado, las abominaciones han subido al trono de Dios. Como Sodoma y Gomorra serán destruidos. Lloverá fuego ¿dicen amén?
– Améeeeen, Gloria a Dios, la congregación de 27 creyentes
– Te alabo, Jesús, el predicador. Arrepentíos que el juicio está a la puerta.
Pero, Dios obra por distintos caminos, por diversas formas. Terminaban el servicio de oración y alabanzas cuando la hermana Irma Fajardo pidió la palabra con la acostumbrada señal de levantar la mano.
– Les quiero proponer nos reunamos el domingo 16 en la granjita que hemos comprado por Los Bucares. Allí tenemos frutas, guayabas dulces, melones, hay pajaritos que cantan, sombra y un estanque. ¿Les parece?
– Debemos someterlo a votación, dijo la pastora Elda Carrillo. Levanten la mano los quieran ir. Trece dijeron si otros 13 dijeron no.
– Son 26 votos y somos 27 … falta alguien.
– El hermano Ribas no levantó la mano, dijo alguien. Ribas era un anciano de manos temblorosas. No faltaba a la escuela dominical con su esposa, Isabel, también entrada en años. Vamos a la granja o venimos a la iglesia, inquirió Elda.
– Yo voto por la granja, dijo Ribas y añadió, quiero ver, oír los pajaritos, probar las guayabas.
– Decidido, el domingo 16 nos vamos pa´ la granja de la hermana Irma.
El rescate
Campos Lozano no se fue de los primeros en el rescate de Germán Gil. Dispuso de un detective camuflado como ayudante en la bodega de José Miguel, haciéndose pasar por sobrino. Desde allí observaron el movimiento de Canacho y La Víbora. Se sabía estaban fuertemente armados. José Miguel conocía el interior de la casa porque en una ocasión estuvo a punto de alquilarla pensando ampliar la bodega.
Se debía actuar con rapidez, entrando por un costado y por el frente. Nueve hombres entrenados para acciones especiales seleccionados. La operación sería el domingo 16 cuando uno de los secuestradores hubiese salido de manera que el ganadero corriera el menor riesgo.
Esa mañana extrañó el himno
Cristo es la Peña de Horeb que está brotando
Agua de vida saludable para ti
Cristo es la Peña de Horeb que está brotando
Agua de vida saludable para ti
Ven, a tomarla que es más dulce que la miel
Refresca el alma, refresca todo tu ser
Cristo es la Peña de Horeb que está brotando
Agua de vida saludable para ti
Cristo es el lirio del valle de las flores
Él es la rosa blanca y pura de Sharon
Cristo es la vida y amor de los amores
Él es la eterna fuente de la salvación
De tanto escucharlo se lo había aprendido.
– ¿Dónde coño se fueron los evangélicos?, se preguntó.
– Hoy no joden los hermanos, dijo La Víbora
– ¿Y qué bicho les picó?, preguntó Canacho
– Me contó el tipo del abasto que fueron a un retiro.
(Continuará)
Josué Carrillo