Martes 26 de noviembre de 2024
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Vuelo 742 (2): El sueño de Pedrito

Vuelo 742 (2): En la iglesia: el Salmo 23. Estaban todos emocionados porque su pastor, el evangelista Marcos Aparicio Carrillo,…

Vuelo 742 (2): El sueño de Pedrito
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Vuelo 742 (2): En la iglesia: el Salmo 23. Estaban todos emocionados porque su pastor, el evangelista Marcos Aparicio Carrillo, sobrino de Luis Aparicio Ortega el Grande, viajaría con Magdalena Cámbar a un concilio de iglesias pentecostales en Miami. Un gran logro llevar las experiencias del evangelio en caseríos indígenas de la frontera del Zulia con Colombia: Paraguaipoa, Sinamaica, Los Filúos, Samaria, Cojoro.

Pedrito, de ocho años -hijo menor de Marcos- pensativo en su hamaca, oye que lo llaman.

-¡Pedrito, venga a desayunar! -en la mesa una taza de café con leche, arepas rellenas con perico, mantequilla y queso. Sentados: Marcos, Ángela y su hermana Thamar.

-Papá, no vayas a ese viaje, no subas a ese avión.

-¿Por qué lo dices hijo?

-Tuve un sueño muy feo. Soñé que explotaba en el aire. Caía envuelto en una bola de fuego, escuché gritos desesperados, la gente ardía, se retorcían en el suelo queriendo apagar las llamas. Pedro se conmueve mientras cuenta. Ángela, su madre, se levanta, le toca las mejillas, la frente, los labios.

-Marcos está volando en fiebre.

-No, no es fiebre: es el fuego de la revelación que ha tenido. El viernes 14 de marzo de 1969, el pastor Marcos anuncia a la congregación que no irá al viaje de Miami. Cuenta la pesadilla que ha tenido su hijo. Se cancela la misión a Miami.

Maldita apuesta

Pocos saben que el vuelo 742 de Viasa salió con media hora de retraso. ¿La razón?. Hubo una fuerte discusión entre los pilotos donde participaron Savelli y Gibson. Este último había tenido aterrizajes y despegues ajustado en la pista de Grano de Oro.

Meses antes hubo protestas: pilotos, controladores aéreos, despachadores de vuelos exigían que a la recta de despegue se le añadieran 400 metros para llevarla a la distancia mínima requerida que eran los 2 mil metros. El alargue fue hecho.

En 1969 ocurría un cambio importante: las naves pasaban de pistón a turbinas de propulsión. Eso lo destacan pilotos reconocidos así como descendientes de ellos quienes se entretienen haciendo salas de conversaciones por internet donde un abuelo, un tío, alguien cercano estuvo en Grano de Oro ese 16 de marzo.

“Mi padre me contó que el Capitán Savellí enfrentó a todos quienes argumentaban que era estrecha la pista y las condiciones de calor no hacían posible elevarse”, era un comentario muy frecuente.

. Yo lo saco, yo saco ese avión, insistió Savelli, es más, les apuesto que lo hago volar.

Amelia y Henry Gibson sabían el trágico final cuando vieron pasar el DC-9- 32 frente a la Torre de Control  aún sin levantar el morro. Se había tragado el 80 por ciento de la pista, los metros  restantes no alcanzan. Savelli insiste en su terquedad. No aborta el despegue. No toma la decisión de poner en reversa, detener aquel aparato con 108 mil kilos, con 84 almas y con los tanques de las alas a repletos de combustible (28 mil libras) reabastecidas.

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No para, imprime toda la potencia. Sienten que el avión se eleva pesadamente, frente a ellos la urbanización La Trinidad y la barriada de Ziruma, Savelli vira a la izquierda, un ala choca contra el poste en el cine Capitolio. Se advierte la desgracia. Segundos para pensar. Del ala llueve combustible sobre las casa, en muchas de ellas las familias comparten el almuerzo. Desde el lavadero en su apartamento, Luisa Pardo, observa con su Ramón que la nave viene muy bajo, el ala se desprende, gira el tabaco que ha perdido su centro, más adelante, otro poste, esta vez con dos transformadores, contra ellos se estrella el motor que explota en fuego infernal, es arrancado de cuajo, baja en una elipsis de muerte para caer a 200 metros sobre la  casa de Lino Connell donde deja desolación. Carmen de 29 años, sus hijos Lino, Larry y Leslie, de 2, 4, y 6 años, sus padres mueren por traumatismos debido al derrumbe causando por el impacto del motor, en una habitación posterior  a Carmen la alcanzan las llamas. Muere carbonizada. Su cadáver es reconocido por las piezas dentales.

Desde su ventana, Ramona ve aquellas imágenes como una película de terror. Un calor de horno se avienta en la cara, un rugir, gritos, llantos, lamentos de gente muriendo.

Un reportero, Alfonso Duque, delgado, ágil, con ojos de halcón, vá sobre los techos y tejados fotografía la peor cara de la muerte y la destrucción que vería en su larga vida. Su compañero de pauta escribió: “El DC-9 también arrasó con un autobús repleto de pasajeros, varios vehículos, una iglesia, un colegio y varias viviendas fueron destruidos inmediatamente por una explosión vista en toda la ciudad, destruyendo las casas que estaban cubiertas con nafta, afectando otras tantas viviendas y a cientos de personas.”

Desde el aeropuerto, Henry Gibson ve alzarse el humo a los lejos.

–      ¡Maldita apuesta!, gritó y sus ojos se inundan de lágrimas.

5

Tío Ernesto y un amor que no fue

La habitación de Romelia, señora del servicio doméstico, quedó desocupada cuando los hijos se la llevaron a Cartagena donde les estaba yendo muy bien. Llegó entonces, el Tío Ernesto, teniente jubilado del Cuerpo de Bomberos Aereonáuticos. Era una pieza pequeña, pero, acogedora, ventana por donde entraba el sol al amanecer, un espejo brocado ovalado, una repisa con una foto enmarcada de él cuando fue considerado un héroe en 1969.

Cincuenta años después, Bárbara, su sobrina de 14 años, amorosa, de rostro angelado, le gustaba conversar con el viejo.

–      ¿Tío Ernesto, por qué te quedaste solo?, le preguntó mientras le peinaba las canas doradas.

–      Bueno, Barbarita, vamos al balcón para contarte una historia muy larga.

–      Vamos. Desde donde se sentaron podía verse gran parte de la ciudad. Tomó respiro hondo.

–      Hace 50 años esto no era así – señala el horizonte – pero, aún pueden verse algunas cosas del pasado, como eso que ahora es una universidad, allí empezó. Tenía 22 años cuando ingresé a la Academia de Bomberos Aeronáuticos. Allí conocí a Gabriel José, era de un pueblo en Santa Cruz de Mara, estudiamos juntos, hacíamos un ejercicio: construyeron un rancho y le prendieron fuego, allí debíamos aplicar lo que habíamos aprendido, enfrentar el fuego y dominarlo. Gabriel José era muy arriesgado, fue uno de los primeros en entrar, las paredes ardían, el techo se cimbraba, una viga crujía, vi que rociaba unas cortinas, estaba justo bajo aquel listón grueso y pesado, vi que se desprendía, corrí hacia Gabriel José, lo tumbé, quedó debajo de mi, lo cubrí con mi cuerpo. De joven fui musculoso, fuerte, contuve el peso de la viga. Tenía cara a cara a José Gabriel, su respiración asustada, su rostro lleno de tizne, sus ojos llorosos.

–      Me salvaste la vida, curso, me dijo

–      No hables, respira despacio, ya vendrán por nosotros. Tardaron en entrar. Lo miraba sin entender los sentimientos que me retumbaban en el pecho. Lo besé.

–      ¡Lo besaste tío!, Barbarita emotiva.

–      Si, lo besé. Gabriel José se contrarió, estaba avergonzado. Perdona, perdona, no sé que… traté de explicarle, pero, me cerró la boca con un beso de vuelta. Lloramos allí. Lo amé desde ese momento hasta ese día.

–      No me digas que… Barbarita contrariada.

–      Ves aquello – señala La Trinidad y Ziruma – allí sucedió la peor tragedia que mis ojos han visto, el 16 de marzo de 1969, a las 12.05 cayó el avión DC-9- 32 de Avensa, aunque todo el mundo dice que era de Viasa, pero no, era de Avensa. Salimos en la unidad mejor equipada de Grano de Oro con dirección al lugar del siniestro. Gabriel José había cambiado mucho. Me esquivaba. No me sostenía la mirada. En ese tiempo que un hombre amara a otro hombre era repudiado, sobrina, no como ahora. Llegamos por la parte de Ziruma, había destrucción, gente calcinada en la calle, fuego en muchas casas, entramos a un bar, el fuego consumía las paredes, en tres mesas había personas calcinadas, tuve la impresión de ver a un hombre envuelto en fuego llevándose una cerveza a la boca como para aliviar la muerte. En la rockola sonaba “Virgen de media noche” de Daniel Santos mientras ardía, la regué como una lluvia y el aparato se desintegró, sin embargo, seguía escuchando al Anacobero cantando "Virgen de medianoche/ Virgen, eso eres tú/ Para adorarte toda/ Rasga tu manto azul".

De verdad siempre me ha pesado haber mirado a Gabriel José en ese momento. Lo vi cuando le quitó un anillo al cadáver de una meretriz de quien quedaba medio cuerpo en un vestido rojo. Ahí se me rompió todo el idilio que sentía por él. Entre bomberos lo que se roba en una tragedia se dice que es “de humo”, días después, vi a Frida, una compañera de la unidad de comunicaciones con el anillo “de humo” que Gabriel José le había robado a la puta.

Desde ese día lo aborrecí y me juré no amar a nadie más. Hice mi carrera de Bombero Aeronáutico con honor. Tuve muchos compañeros de brigadas que se enamoraron de mi, pero, mi corazón estaba cerrado, sobrina, no pude querer a nadie más. Tu madre y tu padre se encargaron de darme vueltas, de visitarme. Cuando naciste, Barbarita, me trajeron a vivir aquí y aquí muero.

–      No te vas a morir, Tío, yo te voy a cuidar.

6

La última hazaña de Faraón

Miranda e Isabel han pedido permiso a su padre para ir donde una amiguita dos cuadras más abajo.

–      Cuando volvamos almorzamos, Pa,  Miranda entusiasmada. Es mediodía sobre la calle se reflejan las sombras de las dos hermanitas tomadas de las manos. Delante, Faraón, atento en sus sentidos, alerta al peligro cuando a 20 pasos se presenta Miltón, su figura maligna, despreciable. Faraón se detiene, ladra agresivo. Miltón está congelado de miedo, pero, no mira al perro. Faraón percibe lo que siente, voltea la mirada hacia las niñas, se pone tras ellas, ve en el cielo venir el avión envuelto en fuego, Miranda e Isabel se abrazan, Faraón hace de escudo, está allí para defenderlas, para cuidarlas, era la orden que le había dado su ama, Gloria. El fuego desciende, las consume con animal. Miltón corre para ponerse a salvo, las llamas lo alcanzan como una serpiente que lo arropa. Los bomberos encontrarán los cadáveres de las dos niñas calcinadas abrazadas a los restos de un gallardo perro llamado Faraón.

Miranda e Isabel y Faraón vuelven a un lugar de verdor y flores donde les espera Gloria con los brazos abiertos.

Helen, Helen ¿Dónde estás amor?

Amelia y Zore se abrazaron a Carlitos al ver el ala que se desprende, el tabaco girando, el choque del motor contra los postes y los transformadores, la bola de fuego, la columna de humo espeso.

–      ¡Una tragedia, Dios mío!, dice Amelia.

–      ¡Cayó por mi casa, cayó por mi casa…Helen!, Helen está allí cuidando la casa, dice Carlitos, sale corriendo escaleras abajo en busca de sus padres.

–      Muchacho dónde estabas metido, vamos, dice el padre de Carlitos presa del pánico. Otros corren. En el centro de la sala, inmóvil, Pipo Hernández, periodista de Panorama corresponsal en el Aeropuerto, observa el tumulto, busca un teléfono desocupado. Zore viene a su cubículo, sin poder articular palabra.

–      Zore, bella, cálmate, le dice Pipo Hernández.

–      Señor, Pipo, esto es terrible, no sé qué hacer, qué decir.

–      Primero respira profundo. ¿Me puedes prestar el teléfono para llamar al periódico?

–      Claro, claro, llame

–      Aló, ¿Toledo está?

–      No

–      ¡Coño se cayó un avión!

–      Si, ya lo sabemos. Toledo y Duque están en el sitio.

–      Bien, arranco pa’ lla con Zárraga. Cuelga.

–      Zore diga esto: “señores ha ocurrido un grave accidente, por favor mantener la calma, cuidemos a los niños presentes”

–      Lo haré.

7

El milagro de Lisset

En la bicicleta va Jaime Tinoco, pasa primero por la casa de su prima, vendedora de prendas a crédito, ella le entrega un anillo de oro. Lo guarda en un pequeño estuche. Sigue por la calle principal. Frente a la casa, Lino Connell deja a sus hijos con unas bolsas de Supermercado Victoria. Saluda sonriente. Sigue a ritmo pausado mirando los árboles, respirando el aire fresco que se torna pesado de golpe, adelante en  el cielo una bandada de pájaros cruzan en desatino, han pasado los minutos, son las 12:05, un rugido oye a sus espaldas, un líquido caliente le baña la espalda hasta los pantalones, el avión se pone ruedas para arriba a punto de tocar el suelo frente a él, como a 200 metros, una turbina se desprende, rebota, salta en elipsis, cae sobre la casa de Lino Connell donde apenas una hora antes había visto la familia.

–      ¡Salva a mi hija!, es la señora Carmen en vestido blanco entre el humo. Jaime arranca, pedalea con fuerzas hacia la casa de Lino Connell donde las llamas son altas en el frente, va al fondo, el golpe de la turbina ha tumbado paredes, entra por un boquete, rescata a la niña, Lisseth de apenas tres meses que le sonríe cuando la toma en sus brazos, sale a  prisa, sube a la bici con la bebita en los brazos, la deja lejos de aquella destrucción.

–      Es la niña de Lino Connell, cuídenla. Los demás están muertos, dice. Toma atajos para llegar a la casa de Arturo donde le espera Helen, una detonación causada por cables derribados hace saltar chispas que le encienden la camisa rociada de kerosina, la brisa por la bicicleta no le hace percibir el peligro, es una antorcha humana, la casa de Helen ha sido consumida por el fuego, corre donde Arturo.

–      Helen, Helen, Helen, grita desesperado. Se quita la camisa en llamas que se lleva pegada trozos de la piel de su espalda. Busca entre el humo. Una silueta de mujer huye por un boquete. Es Helen – piensa – la sigue guardando la esperanza de hallarla, de que se ha salvado, afuera mas calamidad, más cadáveres achicharrados en las calles. Ella no estaba.

El poder de Mathías

Gibiola y Jorge tuvieron a Mathías pasaditos de los 40 años. Nació con Sindrome de Down, era su regalo de Dios, el amor más hermoso, también el motivo para esforzarse, luchar por él.

En aquellos tiempos la educación se regía por parámetros inflexibles e ideas absurdas. Los niños especiales no eran aceptados en los colegios, había que llevarlos a instituciones especializadas que, de paso, eran escasas. Gibiola batalló en la Unidad Educativa de Las Corubas para que Mathías fuese aceptado como oyente.

Despertaba en las mañanas emocionado porque iba al colegio donde vería a Diana, una niña de belleza única, dulce, atenta, quien desde el primer día que lo vio lo escogió como su compañerito.

También estaba Jean Carlos, vecino, en un grado superior, quien le hacía maldades a Mathías.

-Mongólico, bobo, le decía burlándose

– No le digas así – le defendía Diana- es un niño especial. Su enfermedad se llama Down, entonces lo tomaba de la mano, vamos, Mathias, no nos juntemos con ese feo.

En la calle jugaban futbolito. Si Mathías comía un helado, Jean Carlos se lo tumbaba, lo empujaba. Mathías salía llorando donde su madre. Gibiola entendió que su niño tenía que aprender a ser fuerte porque siempre habría quienes le maltrataran o le hicieran daño por su condición especial. Se ideó una forma de distraerlo cuando venía llorando porque le habían hecho algo. Sacaba de un bolsillo un caramelo.

–      ¡Mira lo que tengo aquí!, Mathías pasaba del llanto a una sonrisa de ángel.

–      Mamiiii, que riocoo, ella lo abraza, le hace mimos.

–      A ver, ahora que te hicieron esos malvados.

–      Ya no importa, mamí, se me olvidó.

De esa manera pasaban las acciones perversas contra Mathías. Un día, llegó de la escuela lloroso  y Gibiola no tenía el caramelo para distraerlo, entonces, lo sentó en la piernas.

–      Cuéntame hijo por qué estás triste.

–      En el colegio me pegan, mami, me hacen cosas, la única que no me hace daño es Dianita. Hoy me encerraron en el baño y….

–      Eso no se va a quedar así. Al día siguiente, Gibiola fue al colegio, pidió a la directora que llamara a la maestra.

–      ¿Cómo permiten que mi hijo sea maltratado?

–      Si no ocurre frente a nosotros, no podemos hacer nada, dijo la maestra.

–      Su hijo está en condición de oyente sugerida por usted misma. No es un estudiante regular, de manera que si no está a gusto, pues, no lo mande más, dijo la directora.

–      Pues, no lo mando más

Una semana después. Tocan a la puerta. Gibiola desatiende la cocina. Abre, una mujer elegante de falda, tacón, labios pintados en rosa, cartera de satén, al lado una niña lindísima.

–      ¿Qué se les ofrece?

–      ¿Aquí vive Mathías?

–      ¿Si, quiénes le buscan?

–      Soy Ángelica – extiende la mano- mucho gusto, ella es mi hija Diana.

–      ¡Ahhh Dianita, claro, Mathias me ha hablado mucho de ti.

–      ¿Está?, la niña impaciente

–      Si, está en su cuarto, pero, pasen, tomen asiento, ya lo busco. Va al cuarto, desde la sala se escucha

–      ¿Mathías, hijo, adivina quien ha venido a visitarte?. Vienen a la sala.

–      ¡Mathías, Mathías!, Dianita emocionada.

–      Mami es Dianita, es Dianita. Los niños se abrazan. Ven a mi cuarto. Mathías le muestra un block donde le ha dibujado.

–      Eres tú, Dianita, le dice.

–      Siii, no se te olvidó el lunar. Un puntito cerca de la boca.

En la sala.

–      ¿Por qué ha dejado de llevar a Mathías al colegio?

–      Es que me le hacen maldades, ya usted sabe.

–      Pero, la directora y la maestra deben hacer algo. El niño debe recibir educación.

–      Ellas dicen que si no le hacen maldades delante de ellas, pues, no pueden hacer nada.

–      Comprendo, hagamos algo, deme hasta el miércoles para que lo vuelva a llevar. Es que mi hija lo extraña, no se halla sin él.

Lunes a las 8.30 am.

Angélica, con su distinguido traje de ejecutiva.

–      Directora, quiero me permita decir unas palabras a los alumnos.

–      Reunidos en el patio a la hora de recreo. ¿Le parece?

–      No, quiero ir aula por aula.

–      Son 9 secciones…

–      No se preocupe serán pocas palabras.

–      Bien, tiene el permiso.

Angélica comenzó por el aula donde escuchaba clases, Mathías.

–      ¿Ustedes conocen a Mathías?

–      Siii, el salón en coro.

–      Bien, quiero decirles que Mathías es un niño especial, algunos aquí le han molestado, la razón de mi presencia aquí es para advertirles que si alguien vuelve a meterse con Mathías se las verán conmigo sus padres y, más les vale que eso no llegue a suceder.

Eso dijo en las nueve secciones. El miércoles, Mathías volvió a la escuela.

–      Mira, yo también te pinté, Dianita a Mathías, le entrega un dibujo en el que sonríe feliz.

8

Mathías y el siniestro del avión

Desde las 11: 40 las madres llamaban incesantes

–      Muchachos vengan a almorzar

–      Ya vamos, ya vamos

–      Jean Carlos venga a comer que los fideos fríos saben mal.

–      Voy, voy

Juegan en la calle. Van para las 12 con sol, sin brisa. Mathías los ve sentadito en las escaleras de su casa bajo un techito. Sigue la pelota. Imagina ser el mejor futbolista.

–      Coño vengan a comer

 A las 12:05, Mathías lo ve venir muy bajo, en descenso, se levanta en asombro, en su mano un vaso de guarapo de panela con limón, camina unos pasos entre los chicos que no han visto el cielo, el peligro que viene, Mathías ve como del ala del avión cae combustible, ve como se desprende un ala, la explosión del motor que se suelta y va dando tumbos, el armatoste choca de nariz volteado con la barriga para arriba, se desliza patinando en el asfalto, en la arena, Mathías se detiene en medio de la calle, levanta la mano.

–      Hasta ahí dice, mientras la bola de fuego se desliza lentamente, sin detenerse.

–      Hasta ahí, repite, el avión en llamas frena, esparce tierra con aceites, arena caliente. Los chicos vienen sin comprender nada, entre ellos Jean Carlos, pero, Mathías entiende el peligro.

–      No te acerques, Jean Carlo, lo cubre con su cuerpo de la tierra proyectada.

–      Ay, Jean Carlo lleva sus manos al rostro. Mathías por impulso o más bien llevado por la providencia le arroja el guarapo en la cara, calma el ardor. Corren a las casas se topan con las madres, familiares desesperados quedos en asombro.

–      Diana, Dianita, dice Mathías.

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