Orgullosa, Regina Coeli se engalana con una espectacular corona de plumas verdes y naranjas. Se prepara para desfilar en una escola de un pueblo del interior de Brasil, con el material de "lujo" que el Carnaval de Rio desechó tras un único uso.
Acabados los desfiles en el Sambódromo, cada año miles de disfraces confeccionados durante meses por las escuelas de samba son abandonados a la salida. A falta de una política oficial de reciclaje, oportunistas, vendedores y modestas agrupaciones aprovechan y se lanzan a la caza de adornos y vestidos.
La escola de Coeli, en Capim Branco, a 500 km al noroeste de Rio de Janeiro, fue pionera cuando hace una década viajaron por primera vez hasta la "meca" del Carnaval y llenaron su furgoneta con prendas descartadas, asegura su presidenta, Maria Lúcia de Souza.
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Lo reutilizan todo: "Algunos disfraces se pueden usar enteros, lo que no podemos usar, lo desarmamos, lavamos las telas, retiramos las piedras y hacemos otros disfraces", explica esta profesora jubilada, de 75 años, en el galpón de su casa convertido en un bullicioso taller.
Capim Branco, con diez mil habitantes, celebrará el Carnaval el domingo y el lunes con unos 150 participantes -frente a 30 mil en el Sambódromo-, pero con 80% del material reciclado de Rio.
Coeli, de 59 años, se prueba un suntuoso disfraz a tono con su corona, marcado por el naranja y el dorado y los flecos que dan vuelo a una capa de unos dos metros de anchura.
"Es el lujo de la basura", afirma esta profesora de arte, empleando un juego de palabras en portugués: "O luxo do lixo". "Todo está hecho con tanto esmero (…). El resultado es sensacional ¡No deja nada que desear!", agrega.
"Valor inestimable"
Entre costureros, maquilladores y ayudantes de diversos oficios, unos 15 voluntarios protagonizan el trajín del taller, que este año vuelve a funcionar a todo gas después que el alcalde de Capim Branco suspendió los desfiles en 2017.
En medio de este regocijo visual, destaca una espléndida máscara plateada con onerosas plumas naturales o un vestido rosa abombado adornado con deslumbrantes banderolas.
"Estos disfraces tienen un valor inestimable para nosotros y para el medio ambiente también, porque aprovechamos y reaprovechamos", explica la presidenta de la escola Esucab, de Capim Branco.
Aunque las grandes escuelas de samba de Rio recuperan parte de su trabajo, es difícil controlar que todas las prendas vuelvan a sus galpones. Lo que acaba en la calle tras el desfile es recuperado por terceros o se lo llevan los basureros junto a las montañas de latas, botellas y otros desperdicios que genera la fiesta.
"El primer año que fuimos al Sambódromo, vimos un camión de la basura que directamente trituraba los disfraces", recuerda Souza.
El método de su equipo es simple: "Llegamos, ponemos una lona en el suelo y en un muro escribimos ‘La escuela de samba de Capim Branco agradece su donación".
Extranjeros en primera línea
Aunque los desfiles en el Sambódromo están integrados por miles de miembros de las escolas que ensayan rigurosamente todo el año, también es posible participar en el delirio carnavalesco pagando alrededor de 500 dólares.
"Nos dirigimos sobre todo a los extranjeros, quienes no pueden llevarse a casa" los voluminosos disfraces, dice Souza.
Una de las escolas históricas de Rio, Viradouro, explicó a la AFP que los disfraces recuperados "son reaprovechados" y los que no, son donados o vendidos a escuelas de samba menores.
El Carnaval en Brasil genera un total de tres mil 500 toneladas de residuos en las principales ciudades, incluida Rio, según la Fundación Retornar, que llama a reducir el plástico y a "reutilizar los disfraces y materiales de las carrozas", en un país donde solo "4% de los residuos sólidos son reciclados".
Este año, los organizadores en Rio lanzaron una ambiciosa operación de reciclaje, con el objetivo de convertir la fiesta del Sambódromo en "uno de los mayores eventos ‘cero residuos’ del planeta".
AFP