No me toquetees las mandarinas. Agarrá las que vas a llevar y ya está. De pie, detrás del comprador el encargado del establecimiento, casi grita. Sus palabras altisonantes, suenan como latigazos. Transpiran malasangrura. Bajito, blanco, casi obeso. Su rostro adornado por el cabello un poco canoso, destila cólera soterrada. Cólera es cólera aún desteñida. Días atrás, charló con el cliente. Indagó, averiguó, en supuesto inicio de amistad. Supuesto. Ahora le conoce. Sabe que viene de tierras lejanas. Que es migrante.
Como ese existen otros comercios en la cuadra. Exhiben en la parte externa, sobre la acera de la calle, cajas de madera o plástico cargadas de colores, verdes, rojos, anaranjados, amarillos, violetas, Algunos con texturas y todo se levantan desordenados, similares a cuadros experimentales con atisbos de olores variados, pero sutiles, casi imperceptibles. El comprador de mandarinas, se vuelve. No se ve perturbado. Su mirada expresa ecuanimidad. Se inclina y hace un saludo budista. Se marcha. Cuando llegó a al país lo sedujo está especie de muestra de arte callejero. Alguna vez la fotografió. Llega gente, husmea, selecciona, escudriña la exposición. Camina frente a un empleado que teclea una maquina digital. Desembolsa dinero, empaqueta y se marchan. Manzana, pimentones, naranjas, limas remolachas, acelgas, espinacas, huevos, caraotas, garbanzos…colores. Matices que podrían colorear la ciudad, casi toda ocre tierra.
El hombre del saludo budista, camina por la acera cuarteada por las raíces de los árboles que crecen a su antojo. El ramajes de hojas verdes, proporciona sombra que cobija del verano inclemente. Hospeda pájaros libertarios temporalmente. Las aceras son aceras. A veces mira en picado, sobre el pavimento, una tapa metálica de alguna cerveza o refresco con un vampiro como emblema, incita su mirada. No lleva cámara. Las fotografía con los ojos. A mitad de la cuadra, un invidente con bastón plegable de aluminio hace especie de zigzags sobre la calzada. Viene en contravía. Lleva lentes oscuros similares a los que usa Jack Nickolson. Un muchacho de cabello insurrecto negro y largo va detrás. Le alcanza. Le ayuda a sortear los promontorios en la vía. Conversan animadamente. Podría apostarse que no son conocidos. No se oye ningún click. Distintas escenas. Diferentes locaciones. El mismo Film. Auditorios comunes.
Sol reseco. Calor húmedo. Pegajoso. Ayer el viento frío retozó bajo el cielo anémico. Grisáceo. Clima transgresor. Impredecible, si no se consulta el pronóstico del clima en la tele o el diario. El fotógrafo sin cámara, viene de regreso de otra exhibición, compró frutas, verduras y granos para la semana. Silba una canción de Dressler. Hoy puede que escriba algo. O retoque algunas fotografías. Abre el portón de madera y entra. Ya está en casa.
Alejandro Vásquez Escalona