Treinta y dos años, ocho presidentes y ninguno ha culminado su mandato. Este es el triste record que ostentan los herederos del Inca, los hijos de Atahualpa, la cimiente de Perú.
Iniciamos con Alberto Fujimori, quien, con un estreno halagador, acumuló los más altos registros de popularidad que presidente alguno haya conseguido en la nación andina. Obligado a renunciar en el 2000, fue detenido por Violación de los derechos humanos y corrupción.
Al hijo de inmigrantes japoneses, le siguió el exitoso académico Alejandro Toledo; en el 2006 salió acusado por los sobornos de la transnacional Oderbrecht y cuelga sobre su cabeza una orden de extradición a los EEUU.
A Toledo lo siguió la esperanza del Perú profundo, de la mano de un comandante con nombre nativo, Ollanta Humala, quien al final -en el 2017- fue arrestado por el caso Oderbrecht. Los contrastes asombran, porque al hijo del inca lo siguió el descendiente europeo, Pedro Pablo Kuczynski. No hubo pie con bola: en 2018 renunció por el caso Oderbrecht y enfrenta juicio por presunta compra de votos.
Salió del Congreso y el Congreso lo execró; Martín Vizcarra sustituyó a Pedro Pablo y el 9 de noviembre de 2020, fue enjuiciado políticamente. Al día siguiente, asume en el cargo de la presidencia peruana el diputado Manuel Merino y no aguantó la presión de sus colegas diputados y cinco días después renunció.
No se podía más, así que hubo elecciones generales y de la nada surgió el dirigente magisterial Pedro Castillo. Un año bastó para que el maestro, hoy -antes de culminar su mandato- tenga el título de ex y se encuentre en la misma cárcel de Fujimori. El círculo ha sido cerrado.
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Juan Carlos Guillén
Noticia al Día
