Estimados amigos, no había querido hablar hasta ahora, pero las circunstancias me obligan. Como todos saben, existe un espectáculo llamado Monólogos de la Vagina, el cual, a muchos, les parece de lo más normal, divertido, culto y respetuoso. Espero que ocurra lo mismo con mi testimonio, que, además, tiene base científica. Lean bien porque no quiero malas interpretaciones ni críticas por parte de aquellos que siempre piensan mal. Contaré mis experiencias y las de otros penes, quienes no se atreven a hablar por miedo a la represión.
Lo primero que quiero resaltar es el grave error que cometió nuestro amigo y creador Dios del universo, al colocarnos fuera del cuerpo. No es justo. Mientras las mujeres tienen su vagina hacia adentro, como debe ser, los hombres tenemos el órgano reproductor hacía afuera y guindando en su totalidad, junto a los incómodos testículos, en un lugar delicado, propenso a golpes bajos y espaturramientos.
Órgano tan frágil e importante para el desarrollo humano, debería estar, por ejemplo, en el dorso de una mano, y los testículos en el dorso de la otra, para que no molesten. Así sería más fácil, porque los hombres podrían hacer el amor sin la incomodidad de desvestirse.
Nosotros los penes queremos estar quietos y tener un solo tamaño. Pero aquí viene otra incomodidad, y existe solo un culpable: el cerebro, quien es un morboso atrapado en una caja de huesos. Como él es muy feo y aguado y no puede salir de la cabeza, le dice, por ejemplo, a los ojos:
¡Mira esa teta!
El ojo, inmediatamente, mira la teta, y el cerebro, lujurioso y enfermo, envía una orden al corazón para bombearme sangre. ¡Sangre a mí!, que estoy quietecito y tapadito sin molestar a nadie. Imaginen el horror, uno está descuidado y de pronto, sin ton ni son, llega un chorro de sangre. Por supuesto, no hay donde guardarla y ¡Pum!, uno se tiene que parar.
Una vez parado, nuestro dueño empieza a hacer cosas con nosotros y de pronto estamos mojados en un sitio oscuro y rápido, vemos la luz, otra vez oscuro y otra vez la luz. Eso no es vida. Uno, desesperado por el maltrato, de pronto dice: ¡ya! ¡Basta! Y termina … bueno, termina la tortura, y entonces se pone brava ella y él también. Y, ¿a quién le echan la culpa? A nosotros.
A veces, en rebeldía, los penes no le hacemos caso al dueño y nos vengamos de él. La sangre que manda el corazón la desviamos a otra parte y no nos paramos ni de vaina. Es nuestra única venganza ante tanto maltrato, porque uno a veces piensa. Sí. A veces pensamos, ¿o es que acaso no tenemos cabeza?, y es que nosotros no somos menos importantes que la lengua, por ejemplo, quien, dicho sea de paso, eventualmente nos suple cuando tenemos flojera de trabajar.
No es justo para quienes somos tan importantes en la vida de los hombres, que nos tengan escondidos bajo un trapero y sólo nos saquen a pasear cuando el dueño va al baño. ¡Basta de abusos! Queremos ropa que no nos oculte. ¿Acaso somos tan feos así? Hacemos un llamado a los modistos y diseñadores para que, por ejemplo, un flux, en lugar de cierre, tenga un hueco allí para uno poder respirar mejor. Otra ignominia que se ha tejido alrededor de nosotros los penes, es el crecimiento de pelos en las manos de algunos hombres morbosos.
Regresando al tema de la vida cómoda que llevan nuestras amigas las vaginas, cuando sus dueñas tienen frío o calor, su órgano reproductor sigue allí, igualito. A nosotros no nos ocurre así. Si hace frío, uno se va poniendo chiquitiiicooo y se va hacia atrás. Los testículos, que son unos copiones, también hacen lo mismo y es allí cuando los penes decimos:
-¡Por favor, cuando haga frío, póngannos aunque sea un gorrito, pero no de látex!
Cuando nos ataca el frío, solo nos queda arroparnos con el prepucio, tapándonos la cabecita. Los hombres judíos la tienen más jodida, no tienen prepucio. Cuando hace calor, la vaina es peor, porque los testículos se van hacia el ruedo del pantalón buscando aire fresco y para no caerse, nos jalan a nosotros.
Es que ellos son muy jalabolas.
Antes de escribir este texto, tuve una larga conversación con mi urólogo, el Dr. Humberto Berríos, quien siempre me ha tratado con mucho cariño, con él, he tenido largas conversaciones e incluso me llevó a una conferencia que dio en el Hospital Universitario de Belltviche, Barcelona, España. Allí, bajo anonimato, me mostró públicamente. Nunca olvidaré sus sabias palabras sobre mí, mientras, con guantes y con grima, me agarraba de una forma pedagógica y luego, ante el micrófono, decía:
“Este órgano copulador, con tres cuerpos cilíndricos y de tejido eréctil, tiene dos cuerpos cavernosos y otro que resulta ser muy esponjoso. Acompañado está por el escroto y en complicidad con la próstata, la esperma llega hasta aquel sitio, en el que realmente se le espera. Allí, solapados al espermatogénesis, es conocido popularmente con el alias de testosterona. Y no podemos dejar de nombrar al epidiminio, individuo largo y enrollado quien, sobre cada testículo, hasta la base del pene flácido ha llegado. En este espécimen, aunque pequeño, podemos observar los conductos deferentes, que realzan su belleza, aunque se vean diferentes”.
Al terminar su conferencia, médicos de todas partes del mundo, aplaudieron asombrados y de pie, durante cinco minutos, al Dr. Humberto Berríos quien, emocionado, sacó una bandera de Venezuela y otra del Estado Trujillo, mientras yo, quien era el héroe, ahora ignorado, buscaba refugio dentro de mi prepucio. He llegado a la conclusión de que, en este mundo, lo que yo necesito es cariño.
Claudio Nazoa
Noticia al Día