Por Alejandro Vásquez Escalona
No se escucha ningún ladrido triste de perro a lo lejos. Las cigarras de mayo del caribe se disuelven en silencio. Un búho no carraspea su áspero canto nocturno. Suena el trac, trac de una maquinaria de construcción cercana. La plaza es dominio del verde plural vegetal. Los visitantes se entregan al goce de una cerveza con acompañante. De un porro de marihuana. Un cigarrillo. Algunos ven a sus niños vueltos metáfora de Suarez, Ronaldo o Messi detrás de un balón de futbol. Otros tendidos sobre las bancas de madera, solitarios ven el cielo. Qué pensarán. La caminera de la calle está solitaria Es verano. Sol cálido y amable de la tarde. Existo.
Llegué temprano y conversé con la pareja de ancianos. Volví a decirle que era venezolano. Migrante, bla, bla, bla. Él espigado esbelto. Escasos cabellos alrededor de su cabeza solamente. Setenta y tantos años. Se coloca una mano para tapar la brisa y escucharme mejor. Pregunta. Repito. Ella callada. Presta para oír. Sentada con su andadera a lado. No se escucha ningún ladrido triste de perro.
Bueno, hasta luego, haré unas fotografías allá arriba y señalo el final de la caminera de la plaza. Que pase bien me desea el hombre esbelto de escaso cabello. Camino hasta media cuadra antes de la esquina. Hago un encuadre. Mido luz. Marco una x con piedra sobre el pavimento del sitio donde apoyo mis pies. Y todo eso que conocen. Tiendo las redes a Un Instante Decisivos. Mi mirada no es heroica. No deseo que lo sea. Mi modo de ver aspira ser democrático. Intrascendente. Que lo nimio del pequeño relato se empoce en mi retina. Las cigarras del caribe se disuelven en silencio.
La pareja de muchachos que fotografié al pasar frente al encuadre de la cámara en mi primera pesca están sentado en una banca. Hago más liviana mi espera de pesca visual. Me acerco. Les muestro sus retratos fugaces. Sonríen. Son amables. Agradezco dejarme secuestrar su imagen. La caminera continua vacía. Un búho no carraspea su áspero canto nocturno. Existo.
Vuelvo sobre la x en el pavimento. Preciso nuevamente el encuadre. Observo sobre mi hombro. En la esquina refulgura un amarillento. Y aparece. La calle se incendia de rojo intangible que baña como lluvia sutil la calle. La ciudad posiblemente también lo disfruta. Los verdes retroceden. Pierden terreno No huele a cerezas. Ni a flor de limonero. Ni a perfume de boutique. Me abstraigo en mi grado cero. Aseguro mi fotografía sobre la pared improvisada de chapa azul. No percibo el trac, trac de una maquinaria de construcción cercana. Los verdes palidecen en mi memoria.
Ella atraviesa el encuadre como soplo de primavera, aunque es verano. Flota impulsada por su cabello rojizo natural. Sobre su hombro cuelga un bolso rojo también. El sonido de los grillos al trinzar sus alas vuelve a escucharse en el silencio de la espera. Click, Click. Y el goce de casi todos los aromas de la tierra envuelve la calle. La pelirroja camina y toquetea las tecleas de su móvil. No se entera de que existo. Algunos visitantes de la plaza de verdes, ahora anémicos, ven a sus niños vueltos metáfora de Suarez, Ronaldo o Messi detrás de un balón de futbol.