-¡Ups! Desde la infinita gracia de estar vivo todavía y convencido, hoy más que siempre, que Dios habita en mi frente recién cocida, tendré a bien supurar esta noticia kafkiana de la cual soy único puto protagonista.
Y para dar gracias a HaSheem, El Eterno, tengo a bien improvisar unas líneas de reflexión acerca de esa caída abrupta que, desde la noche del viernes pasado, trastocó mi vida de modo harto significativo: de venir cabalgando las dulces mieles de las nubes de mi patria Esequibo he terminado mordiendo el polvo submarino de mi propio karma. Dedicaré este texto a mis nobles colegas de Noticia Al Día. Mis deudos por naturaleza. God bless us.
Tropecé de nuevo, pero no con esa bendita piedra de sol poética, sino con una mísera rejilla de plástico que me lanzó en clavado frontal al mísero piso del porche de la casa de mis hermanos bienamados, los Colina Velásquez, en la ya no tan populosa (el luto por Ayita será insuperable para los Faría y su vecindario) calle San Luis, en Santa Lucía.
Embocar es un verbo que incluye el diccionario Oxford, pero cuya acepción, escrita en lenguaje coloquial maracucho significaría “irse de jeta”. Encajé mí para ese momento muy condecorada testa en el suelo verde del antiguo hogar de Celina y Efraín, de manera tan karmática como simbólica. Íbamos saliendo, mis inseparables Dylan y Jiole, junto con Marisol, cuando de pronto no sentí sino ese coñazo devastador, los puños con púas envenenadas de ese ángel caído que me convertían el cráneo en patilla fresca, aquel torrente de sangre de mi sangre de mi sangre roja rojita. Y, en tormenta, los truenos de angustia de mi Dylan (quien cumple meses, hoy, día 21, 72 horas después del vergajazo de marras) y de mis sendas novias de la vida, la primera y la última. Sentirlos tan apremiados por verme ahí, hueso frontal al aire, vértigo hemorrágico y coñodelamadreetcétera, sí que me indujo a pensar y sentir qué hay canciones póstumas y definitivas. ¡Joder! Pensé en (¿cuando no, Serrat) mi juglar preferido cantando conmigo “Si la muerte, pisa mi huerto, quien firmará que he muerto, de muerte natural, ídem etcétera…”.
Temprano, en Palmarejo, ese viernes, Gabriel Torres Ferrari, junto con su Evil Blues, Mauro Pérez y Juan Ordóñez, brindaron una nueva extraordinaria sesión de esta increíble música que nuestro héroe común, John Lennon, intentó explicar: “El blues es una silla, no un diseño para una silla o una silla mejor… es la primera silla. Se trata de una silla para sentarse, no para mirar. Te sientas en esa música.”. Estuvimos sentados en la silla de Dios esa noche, en el histórico bar de Érika y Rafa, porque hasta allá nos llevaron nuestros ángeles bluesistas (y verga) durante una hora. Estoy convencido que, esa energía sonora que en mi estaba reconcentrada luego del toque de nuestros EB, fue lo que habilitó el milagro de no terminarme de joder con aquel monumental coñazo contra el piso verde. Gracias, absolutas e infinitas, mis panas del alma, tan temprano…
Marisol y Jiolexy poseen el don y la sabiduría necesarios para brindar con eficacia primeros auxilios. Lavaron de veloz las dos heridas en forma de v invertida. Espolvorearon unos antibióticos triturados y crearon un maravilloso emplasto de sábila con orégano morado, para, luego de parar la hemorragia de marras (me encanta como suena esa verga: hemorragia de marras), proceder a vendar también con improvisados recursos. Total, nadie espera en su casa, mucho menos en la víspera de La Chinita, a un ueón que se va a ir de jeta y te va a cambiar la fiesta por angustia y verguero, jejeje. Mi pobre bienamada Marisol (nos empatamos bailando esa legendaria Since I’ve Been Loving You, de Led Zeppelin, unas cuatro décadas y pico atrás y ahora somos cómplices eternos) se prodigó en ese amor que la hace una verdadera gran maestra pedagoga. Gracias, bienamado ser de luz brillante y bonita.
Transcurrida la primera fase de la angustia hubo espacio para la prudencia. Decidimos esperar al sol para acudir prestos hasta la emergencia del Hospital Central “Dr Urquinaona” de Maracaibo. Desayunamos las arepas más deliciosas de toda mi vida. Dios me brindó ese chance de comerme la mía. Es Día de La Chinita. La tarde anterior estuvimos en la eucaristía de las seis de la tarde en la Basílica y me encantó saludar a mi hermano, abogado y cuidador de La Santa Patrona, el mejor tercera base con quien haya jugado pelota caimanera, también luciteño, Lassister Pérez. Ese día, 17, mi santísima madre, María Augusta, cumplía cuatro meses de haber tomado la barca de Caronte. Improvisé algunas imágenes y oré por todos. En especial por estos amigos y hermanos fotógrafos con quienes he tenido la dicha de compartir trabajando y con cuyas experiencias retratando a La Chinita yo bien podría escribir un libro para regalar a los aficionados a la gran fotografía. Este templo es una joya preciosa. Esa luz que pareciera juguetear todo el tiempo entre los arcos y arquitrabes. Esa solemne devoción con la que todos los parroquianos encienden sus coreadas oraciones y liturgias. Estaba muy feliz, agradeciendo a Dios y a La Virgen por ese grato presente de la Orden Francisco de Miranda en grado de Generalísimo. Asiento de Primera Clase que por mis 50 Años de vida profesional me ha extendido la Compañía Nacional de Teatro (cuanto amo y agradezco a esta gente que acompaña a mi maese Carlos Arroyo en sus oficios de belleza y paz), refrendada por otro noble colega y amigo, Ernesto Villegas, ministro de Cultura, quien hasta me cedió el micrófono para que yo recordara mis principios éticos como hombre de teatro y periodismo.
Después paseamos, cantando “Familita Familita Familita, de papá” y grabándonos caminando por nuestros émulos Elíseos de las calles Ciencias y Venezuela, hasta las esquinas de Colón y Carabobo. Renazco ahora cada día, con mis ganas de intentar ser aún más bueno, pensando, ayudando, haciendo. Celebración de mi mismo y de los míos en el mejor rigor y sentido del poema de Walt Whitman, el anciano renacido después de una caída peluda y maluca que ahora cede paso al humor urbano: bien podrían llamarme “cabeza e’ rache” o “testa tejida” o cualquier otra vaina que me hará reír hasta el hartazgo.
Gracias a un artista (el joven cirujano César Choto, de guardia ese sábado matutino en el Central no sabe que es un tejedor de Soles de Maracaibo) mi frente abierta pronto fue cerrada, con precisión de Hipócrates, Celso y Galeno estudiando juntos en el saloncito donde transcurrió la pequeña cirugía de unos veinte puntos de sutura con la que selló este capítulo sangriento de una historia que, mientras viva, jamás cesará. El eficiente doctor Choto me prescribió antibiótico, analgésico y un protector gástrico. Cada ocho horas estoy ingiriendo este cóctel de fármacos con los que, primeramente Dios, estaré pronto recuperado y listo para seguir haciendo teatro, Zona de Riesgo, la obra escrita y dirigida por Leonardo Isea que con sumo placer y orgullo estaré estrenando el mes próximo. Será una forma muy especial de agradecer.
José Saramago reaparece con Las intermitencias de la muerte y susurra: “La vida es una orquesta que siempre está tocando, afinada, desafinada, un titanic que siempre se hunde y siempre regresa a la superficie.”.
Otro cómplice, John Donne, llega más allá e increpa:
“Muerte, no te enorgullezcas, aunque algunos te hayan llamado poderosa y terrible, no lo eres; porque aquellos a quienes crees poder derribar no mueren, pobre Muerte; y tampoco puedes matarme a mí. El reposo y el sueño, que podrían ser casi tu imagen, brindan placer, y mayor placer debe provenir de ti, y nuestros mejores hombres se van pronto contigo, ¡descanso de sus huesos y liberación de sus almas! Eres esclava del destino, del azar, de los reyes y de los desesperados, y moras con el veneno, la guerra y la enfermedad; y la amapola o los hechizos pueden adormecernos tan bien como tu golpe y mejor aún. ¿Por qué te muestras tan engreída, entonces? Después de un breve sueño, despertaremos eternamente y la Muerte ya no existirá. ¡Muerte, tú morirás!”.
Los abrazo a todos. Los bendigo a todos. Vivo..
¡Salud!
Alexis Blanco
(Texto e imágenes)
Noticia al Día