Es verdad que la Navidad es época de reconciliación, amor, perdón, emulando de corazón los significados del nacimiento del niño Jesús, que en medio de tanta turbulencia mundana llegó a representar el símbolo de la unión familiar, de la unión de los hombres.
Y aunque la mayoría estemos totalmente de acuerdo con esta premisa, también es verdad que resulta absurdo propagar este importante mensaje sólo en época de Navidad, o por lo menos hacerla viral solamente en tiempos decembrinos.
El respeto, la solidaridad, la unión, debemos impulsarlas desde el seno familiar, desde que los niños nacen, desde que están en el vientre, tomando en cuenta que ya está demostrado que estando en el útero ya detectan emociones de cualquier índole.
El mundo sigue turbulento y parece que esto no se detendrá. Cada vez somos testigos de terribles desmanes humanos, consecuencia de cadenas ancestrales cargadas de ignorancia, miedo, maldad, sin exclusividad, representada a lo largo de la historia por hombres y mujeres de diferentes estratos sociales. Nadie tiene la patente de la maldad y el odio. Y así como se heredan los bienes materiales, así muchas personas han heredado estas conductas, más por praxis que por ADN.
Afortunadamente está la contraparte, la manifestación amorosa, esa conducta sublime aprendida desde el hogar, donde el respeto, cariño y enseñanzas de virtudes, forman parte del día a día. Donde se enseña que la mayor riqueza de una persona es su sencillez auténtica, su generosidad con el prójimo, su altruismo de corazón.
La sencillez auténtica, que está lejos de propagar ser sencillo con palabras, pero manifestar arrogancia con la conducta; la generosidad de compartir con el prójimo que necesite, desde unas palabras de aliento hasta bienes materiales, pero no de los que nos sobren sino precisamente de los que consideremos de mejor calidad, esa es la verdadera generosidad, porque donar lo que nos sobra o no nos gusta es dar limosna, es irrespetar al prójimo. Y el altruismo de corazón, que, según expertos en conducta humana, se manifiesta en personas con un enorme deseo de ayudar a las demás personas a cambio de nada. Lo ideal es que todos deberíamos sentir el compromiso de ayudar de alguna manera, a quien lo necesite, sin esperar ser recompensado.
El caso es que los buenos deseos, las felicitaciones y los abrazos cordiales no solamente deben fomentarse en tiempos navideños, si queremos un mundo mejor debe practicarse en cualquier mes del año, y si es a diario mucho mejor. Porque es bien sabido, y está demostrado, que estas prácticas son solo el primer paso para apelar a las emociones y fomentar los conceptos que se traducen en acciones benéficas, como la paz, la reconciliación, el amor y la esperanza, como modo de vida.
Como sabemos, la base de nuestra sociedad fue, es y seguirá siendo la familia, de ahí la importancia de mantener las costumbres que promueven la unión y amor, que inicia en el seno familiar y se extiende por antonomasia al prójimo. Porque, sin lugar a dudas, los primeros pasos para transformar nuestro mundo, en un lugar más pacífico, inician en casa.
María Elena Araujo Torres