(Nirso Varela)
En los caseríos del Sur del Lago imperó la costumbre, de conversar e intercambiar narraciones durante las noches. Eran encuentros entre parientes de un grupo familiar, o entre vecinos de una misma comunidad, para charlar sobre distintos aspectos de la vida y compartir las noches antes de recogerse para el nuevo día.
El ocio familiar, el tiempo de las primeras horas de la noche, discurría en torno a un narrador o narradora, que se sumergía en las reminiscencias de su vida generacional y las exteriorizaba con singular magnetismo, trazando el perfil de un período definido. Perduraron hasta bien entrada la década de 1960 cuando el auge de la televisión y la cultura de masas, no habían expandido su influencia sobre la sociedad rural venezolana. Cada persona llevaba consigo su morral memorístico portando un siglo de historias, de cuentos y leyendas, anécdotas y aventuras verosímiles e inverosímiles, que causaban la admiración de la gente.
Las tertulias familiares y vecinales se realizaban en un contexto totalmente espontáneo. Procedían por tanto, del más común y corriente estado Intelectual. Sus testimonios surgían de fuentes memorísticas transmitidas de generación en generación, y en su mayoría, de vivencias acaecidas en las capas sociales más próximas a la pobreza integral. Detallaban impresiones de momentos, relatos de hechos reales, anécdotas de sucesos cotidianos, recuerdos de otras tertulias descritas casi siempre, en el tiempo cronológico correcto.
Las tertulias fueron modestas representaciones sociales sin retrospectivas de ninguna índole. No eran Historia y mucho menos crónica local. Fueron imágenes de la vida que aludían a un cosmos que quizás nunca existió. Eran en fin, eclosiones de un espíritu colectivo al cual los lugareños se unían afectivamente, compartiendo su imaginario, en un ambiente de mutuo respeto, sin posturas dominantes de nadie, aunque nunca faltaban, conversadores excepcionales.
El caso de Casigua el Cubo, que como testigo conozco de primera mano, infiere que sus hábitos colectivos no distaban mucho de otros poblados, en los cuales nos avecindamos durante el tránsito migratorio del caserío originario, a la ciudad de Maracaibo. Las tertulias de Casigua el Cubo en la década de 1950, fueron las más historicistas, las más enrevesadas entre mito y realidad y las más difíciles de decodificar desde las perspectivas de la temprana edad. Niños y jóvenes sentíamos curiosidad por saber los temas de conversación, pues las tertulias nocturnas entre vecinos, nos estaban totalmente prohibidas. Esos encuentros del anochecer, solo se hacían entre decanos, casi todos analfabetas, en el corredor de un “gato”, adecuado para difuminar el humo de tabaco y los efluvios de chimó.
Las tertulias de Casigua el Cubo recreaban impecablemente el paisaje histórico de los pueblos, sus costumbres, sus formas de ganarse el sustento, de levantar la familia, de convivir y padecer de una sociedad invisible. Algunas se remitían a los días posteriores de la Guerra Federal y casi todas llevaban el sello decimonónico. No había mucha diferencia en esas conversaciones, entre los últimos 50 años del siglo XIX y los primeros 50 del siglo XX. La historia se dividía en “antes” y “después”: antes y después del bolívar, antes y después de Gómez, antes y después del ferrocarril, antes y después de las compañías petroleras.
Los temas abordados se referían indistintamente a grandes acontecimientos sin definiciones específicas. Se hacía alusión, entre otros temas, a misteriosos curas capuchinos, asesinatos a mansalva de indios motilones, trazado de rutas para los rieles del ferrocarril, empleos en las compañías petroleras, auge y ocaso del ferrocarril del Táchira, aparición de cometas en el firmamento, súbitas noches a pleno día, naufragio de piraguas, muertes trágicas en su dramático discurrir, tramas y traumas de amor, entierros de morocotas, vuelos de brujas desnudas durante las noches, asechanzas de tigres, “acabo de mundo”, duelos de honor, cantos apocalípticos de pájaros nocturnos, parrandas navideñas, y todo lo que implicara la vida pasada y sentida en el vecindario tormentoso.
No obstante la simplicidad de sus temas, las tertulias describían escenas profundas de los pueblos testigos, así como las vicisitudes de sus habitantes en los hechos cotidianos. Contenían verdades y leyendas, mitos y supersticiones y sobre todo, abordaban las horas que se transfiguraron en evocación. Fueron prácticas de casi todos los días alrededor de algún hablante, pues a las familias y a los vecinos en general, no les faltaba una persona medianamente vivida o muy entrada en edad, que asumiera la retórica del momento.
La historia oral es emanación luminosa de los pueblos para sus propios habitantes. En ese tenor, es probable que hayan surgido leyendas fantásticas que se transmitieran a través del tiempo. Y que algunos historiadores las hayan tomado como fuentes fidedignas para hilar una narrativa más o menos veraz. Pero los temas tratados se deforman por la dinámica misma de los relatos orales y solo se conservan los sucesos legendarios, memorables o heroicos. Más no implica que no hayan existido. A veces las leyendas surgen de hechos reales.
(“Tierra de ecos”: novela escrita por Néstor Varela Rodríguez en 1970. Inédita)